Espejo de villanos: octubre 2010

"Hijos de puta, si os dejo con vida es por que habréis de amortajárme como a un ángel"

domingo, 10 de octubre de 2010

Marilyn resucitada

Me resisto a leer los «Fragmentos» escritos por Marilyn Monroe y publicados esta semana por Seix-Barral. O quizá sucumba a la tentación y me regocije una vez más, confirmando de una vez por todas algo que no me interesó nunca: que la rubia platino era adicta a la poesía. Los dominicales no han tardado mucho en publicar algunos extractos de sus diarios y algunos versos de escasa calidad que sólo un hombre despiadado se atrevería a juzgar. Sin embargo, nada de eso podrá alterar lo que ha significado hasta hoy, pues Marilyn ha sido la memoria periodística de un sexo, un enigma permanente sin solución posible, el encanto de un orgasmo plasmado en celuloide, antes de que una dosis excesiva de nembutal forjara definitivamente su leyenda. Y si la leyenda es más interesante que la verdad, siempre publicaremos la leyenda.

Era bonita, joven y atractiva, como cualquier chica de Hollywood, pero con una fuerza insólita para la interpretación. John Huston recordó en sus memorias el rodaje de «Vidas rebeldes» junto a Clark Gable y Montgomery Clift: «Cuando no estaba aturdida, no actuaba: quiero decir que no fingía las emociones. Era algo auténtico. Se metía hasta el fondo de sí misma, encontraba esa emoción y la hacía aflorar a la conciencia. Es posible que en eso consista toda interpretación realmente buena».

Ralph Greensom, su psiquiatra, contó que estaba tan acostumbrada a hablar de la muerte que se había convertido en el tema más interesante de su vida social. En el fondo, era una diosa tan frágil como una estatua de arcilla que se deshace entre las manos si uno siente la tentación de acariciarla. Aunque estaba forjada como un sueño erótico que escondía el eterno tesoro bajo las faldas, aspiraba a vivir sencillamente en un hogar, vestida de cualquiera. ¿Vestida de cualquiera? «Jamás he tenido un hogar. Uno auténtico, con mis propios muebles. Pero si alguna vez vuelvo a casarme y gano mucho dinero, alquilaré un par de camiones para pasar por la Tercera Avenida y comprar toda clase de cosas locas. Compraré una docena de relojes de pared, los pondré en fila en una habitación y los tendré a todos marcando la misma hora. Eso resultaría muy hogareño, ¿no crees?»

Le gustaba pensar que terminaría siendo esa clase de mujer que se acostaba con los Kennedy y que, aun así, podía ser confundida con otra rubia en alguna otra parte del país. El escritor mexicano Rafael Ramírez Heredia, completamente borracho, me confesó una noche en el viejo Savoy que sólo podía imaginarla en la cama de un motel situado en la frontera, oculta tras las gafas y tan pálida que podría pasar por una muñeca de cera. «El último hombre que se acostó con ella también era mexicano. Yo hablé con él. Aquel tipo me dijo que su bragueta se había convertido en una especie de domicilio habitual antes de que el suicidio le concediera a la rubia un código postal para toda la eternidad». De manera que la ambición terminó siendo un cadáver sin sepultura abrazada a la muerte, esa que se escribe con M de Marilyn.

domingo, 3 de octubre de 2010

Para decir te quiero escribo

Gran Vía sigue siendo el costurón eléctrico de Madrid, una herida abierta por la que se escapa toda la movida, toda la música, todos los pecados y toda la noche sagrada de Madrid. Voy diciendo esto mientras trato de dibujar un perfil lúdico, político y sentimental de la ciudad. Pero Madrid también admite una razón doméstica, la de un joven columnista de provincias y su novia en un hostal, amándose en la noche cálida de Madrid. Cómo me gusta escribir Madrid.

Te escribo al correr de la máquina de este ordenador portátil, sofisticado y frío, que me permite escribir en los antros modernos de Chueca, mientras duermes la siesta, latente, desnuda y ajena, protegida del calor sofocante que amenaza cada esquina, a la espera de una llamada que nos invite a bebernos la ciudad. Yo acudo a un café, a la espera de un artículo, una columna, una palabra, pero sólo se me ocurre escribir sobre ti, que eres mi única actualidad desde hace quince días.

Madrid sigue siendo también Francisco Umbral, que había descuartizado un siglo a base de memoria y columnas, que había iniciado su largo viaje de derechas triste y desencantado, pues para ese viaje ya no tenía armas suficientes. Umbral, últimamente, se había convertido en un profeta de la duda; había desembocado en el mismo escepticismo de Quevedo, Cervantes, Ramón y tantos otros, como un preludio de su muerte. Yo estaba muy lejos de esa duda que mataba las palabras, pero lo admiraba más que a otros, sencillamente, porque me había enseñado a escribir. Ahora, Francisco Umbral es un recuerdo casi impronunciable, un fantasma, una leyenda que se nos aparece en este viaje de profundis, con su bufanda blanca y su abrigo eterno.

Dedico la tarde a comprar libros, a pensar en el artículo que luego escupo como llamarada de dragón y pienso que me gustaría escribir en este espejo que todas las mañanas hacemos el amor o que todas las noches bebemos hasta que una luz matutina, espesa y criminal, nos recrimina que ha empezado otra jornada en Madrid.

De regreso al hostal, te encuentro tendida sobre la cama como una escultura de Rodin que yace desnuda esperando la caricia de un espectador. Me salvo del sueño abrazándome a tu espalda o me desperezo como un gato que demora los segundos enredándose en tu pelo. Me quemaré en tu pelo, esa llama negra que acude a todos los incendios. Y después, otra vez en la calle, me pasaré las horas buscando el significado último de este viaje que nos llevó a Lisboa, primero, que nos dejó en Madrid, después, y que nos devolverá injustamente a la cruda realidad de los trabajos y los días. Un segundo de oscuridad, cuánto hemos disfrutado de ese instante que, más allá de la distancia, la velocidad o el destino, logró hacer de este viaje algo nuevo y misterioso que ahora se hace preciso descifrar: te quiero.

29-S

El otro día, en la huelga general, Toxo se lo dijo a los currantes: «No nos resignamos a perder el futuro. Si el Gobierno quiere suicidarse, es su problema». El futuro es el éxtasis del tiempo, la mejor metáfora del mundo, o sea, de nosotros mismos. Y en este tiempo extático, ya sabemos que la huelga general logró parar las ciudades más importantes de este país y que se alzara el humo de las barricadas, incluida ésta, que también vive la obsesión permanente de construir otra metáfora, otro futuro distinto del que nos ha tocado.
Hemos vivido la huelga general como el gran acontecimiento que inauguraba el nuevo curso político. El acontecimiento es una porción de tiempo que se toma y se traslada al futuro, y ya lo dice Antonio Gutiérrez: todas las huelgas mejoraron el futuro de los trabajadores. Ayer, en «El País», el ex secretario general de CC OO se lo advertía muy elocuentemente al presidente del Gobierno: «Si la humildad que acompaña la inteligencia se abre hueco entre la vanidad que rezuman los que se precian de listos, tal vez pueda reconocerse ahora que una huelga general no es un artificioso juego de cínicos que camuflan sus respectivas debilidades poniendo en danza a trabajadores e instituciones».
Así que, mientras el acontecimiento se iba sucediendo, uno acompañaba tranquilamente a los piquetes que iban alzando banderas rojas, alegres y populares y ponían algo de revolucionario, festivo y frentepopulista a las fachadas de la calle San Bernardo. Todavía hay quien se pregunta para qué sirve una huelga y olvida que la de 1977 reclamó la libertad sindical, que la de 1985 se hizo contra la reforma de las pensiones, que la de 1988 derribó el plan de empleo juvenil, que la de 1992 paralizó el recorte de las prestaciones del desempleo (cuando el Inem registraba superávit), que la de enero de 1994 frenó una reforma laboral cuyo principal objetivo era abaratar el despido a cambio de estabilidad en el empleo (como la actual) y que la de junio de 2002, la séptima de la democracia y la única contra el PP, tumbó un decreto del Gobierno que perseguía reducir el paro entre los nuevos demandantes de trabajo. De modo que la huelga es el acontecimiento político que pone entre las cuerdas toda la política de un Gobierno y coloca a cada cual en su sitio. Dicho de otra forma: no ha habido en España una sola huelga que no significara una conquista social en el tiempo para la clase trabajadora.
Así las cosas, Zapatero se enfrenta al socialismo real de los sindicatos, que han lanzado una respuesta democrática al socialismo gubernamental y de diseño del secretario general del PSOE. Méndez y Toxo han trabajado esta huelga de un modo silencioso, frente a las hordas criminales que dibujaron los herederos de Foxá y otros fascistas sentimentales del treinta y seis. Casi parece que el éxito de esta huelga no se deba a la Razón, más o menos opinable, sino a la Historia, siempre imparable. Por lo tanto, lo que Zapatero debería comprender desde el 30 de septiembre es que no se puede gobernar bajo el chantaje de los mercados y tratar de lavarse la cara cada vez que negocia con los sindicatos. Aún así, nuestra historia le enseña que es posible rectificar. A fin de cuentas, todos los gobiernos anteriores rectificaron.