Espejo de villanos: noviembre 2010

"Hijos de puta, si os dejo con vida es por que habréis de amortajárme como a un ángel"

domingo, 28 de noviembre de 2010

Un premio previsible y decepcionante

El Festival de cine de Gijón clausura esta edición con la refrescante y divertida «No controles» del realizador vasco Borja Cobeaga, que ya nos tenía acostumbrados a su estilo y humor con películas anteriores como la innombrable «Pagafantas» y el programa de la televisión vasca «Vaya semanita». Debo confesar que esta comedia romántica donde chico trata de reconquistar a chica me ha producido el mismo efecto que produce la botella de champán al ser descorchada: una sensación de alivio después de intentar digerir todos los traumas contenidos en mi retina a lo largo de esta semana. El silencio, la soledad, el miedo y otras miserias se han diluido como la espuma gracias al efecto balsámico de la risa. «No controles» no tiene mayor pretensión que la de hacer pasar al espectador un buen rato. La acción y los gags se suceden constantemente, en un guión y una dirección perfectamente medida y planificada. La película cuenta con un buen reparto de secundarios que acompañan a sus protagonistas, Unax Ugalde y Alexandra Jiménez. Julián López y Secun de la Rosa levantan esta película que consigue que a uno se le olviden las depresiones.

Inmediatamente después de disfrutar «No controles» se conocía el palmarés de esta edición, en la que el jurado ha premiado a la rumana «Marti, dupa Craciun (Tuesday, alter Chsristmas)», de Radu Muntean, como el mejor largometraje. La cinta se ha llevado, además, el premio al mejor actor y a la mejor actriz y «Aurora», el plúmbeo relato de tres horas dirigido por el rumano Cristi Puiu, el premio «Gil Parrondo» a la mejor dirección artística. Confieso que era un título que se repetía constantemente en la boca de la prensa desde su proyección ya que era considerada como la película que más se acercaba al perfil de este festival, de modo que el jurado no se arriesgaría a premiar otras producciones. Los periodistas acertaron de pleno y el jurado ha apostado por el cine rumano, lo que me hace pensar que se ha tirado el rollo de premiar lo extravagante, lo aburrido, lo previsible que es en este caso lo inestrenable.

El que escribe no comprende cómo «Animal Kingdom» se ha quedado simplemente con una palmadita en la espalda y se va del festival sin un solo premio, después de merecerlos todos. Me parece una injusticia y un disparate que haya pasado completamente desapercibida. De todos modos, en este venturoso caso, ustedes no tardarán mucho tiempo en disfrutarla en las salas comerciales y dejará su huella en la retina de los espectadores que llenaron las salas de Gijón estos días, para vivir en el seno de una familia de gansgters que sabe pisar por los callejones del odio, el terror y la traición. Lástima que no se llevara el premio a la mejor película, al mejor guión o a la mejor dirección.

La misma expectación tuve con el western de Kelly Reichartd, «Meek's Cutoff», galardonada con el premio al mejor director, aunque resultara una absoluta decepción, por su carencia de ritmo, el buenismo antropológico que desprendía y la anodina dirección, apoyada constantemente en el paisaje desértico de las llanuras de Oregón para poder hacerla un poco más digerible.

El cine mexicano pasó sin pena ni gloria. Afortunadamente, «Alamar» no será recordada, después de este festival que tuvo un ramalazo new age que daba pavor. Sin embargo, no se preocupen, «Año Bisiesto», del australiano Michael Rowe, no tardará en ser reconocida por alguna luminaria, después del escalofriante trabajo interpretativo de la mexicana Mónica del Carmen, muy superior al de las galardonadas por este jurado, gran conocedor de las vanguardias del Este, pero absolutamente ciego.

Lo mismo sucede con las dos películas españolas que llegaron a concurso. Ni el joven Jonás Trueba con su Madrid literario, ni Martín Cuenca, con su Almería fordiana han logrado llevarse ni un premio. Supongo que ahora mismo pensarán que han sido timados.
Finalmente, me sorprende que el jurado haya concedido el premio especial a la serbia Tilva Rosh, una película previsible, inútil y carente de valor cinematográfico, cuando largometrajes como la rusa «How I ended this summer» se arriesgaban con una película que exponía, con crudeza y belleza torturante, la condición humana a través de la caza de dos hombres en el círculo polar ártico.

A pesar de esas horrorosas circunstancias han existido algunas películas que me han servido para ser feliz unas horas, películas fuera de la sección oficial que justifican el festival, aunque la mayoría de las que iban a concurso me provocaran una angustia motivada, mayormente, por el aburrimiento. A estas alturas, lo más beneficioso para el festival es que los jurados no sean estratégicos, miopes o perversos, y que por un momento sean honestos consigo mismos y se dejen llevar por las emociones. A fin de cuentas, el cine, antes que una subvención, es una emoción.

Otra vez la soledad

La soledad suele ser un tema recurrente en las películas que compiten en la sección oficial del Festival Internacional de Gijón. Ya lo vimos en la rusa «How I ended this summer», también en la mexicana «Año bisiesto», y podría seguir mencionando películas hasta quedarme completamente solo. En esta ocasión, Manuel Martín Cuenca, quien nos sorprendió con «La flaqueza del bolchevique», presenta su último largometraje, «La mitad de Óscar», protagonizada por Rodrigo Sáenz de Heredia y Verónica Echegui. La cinta relata un incesto que es, sobre todo, la crónica de un amor imposible; sin embargo, sobre una trama perfecta y sencilla subyace la enésima reflexión sobre el hombre solitario que ve incumplidos sus deseos, remarcada intencionadamente por un paisaje almeriense que evoca, en algunos momentos, la atmósfera del western fordiano.

Me gustaría advertir a los lectores de que esta película comienza a percutir en la conciencia del espectador cuando han pasado ya unas cuantas horas y que antes deja un regusto amargo y una sensación extraña de vacío. Es entonces cuando uno toma conciencia de otros temas que permanecen latentes en el subsuelo de la película: la incomunicación, la enfermedad y la muerte, raíces presentes en este trabajo expresado con un lenguaje mínimo y suficiente para contar una historia, a priori, poco trascendente.

Martín Cuenca confía excesivamente en el silencio para poder contar a través de imágenes el desierto de una vida, aunque es capaz de permitirse digresiones que no rompen la unidad de la cinta e, incluso, logran que la película, un auténtico drama, acaricie por unos minutos la comedia. En cualquier caso, el experimento de no contar las cosas desde el principio provoca una sensación de amargura intensa, quizá porque las salinas de Almería y los acantilados de su costa constituyen un territorio sentimental donde emergen con facilidad la compulsión, el fatalismo y la desolación

Finalmente, la tarde concluyó con «Aurora», del rumano Cristi Puiu, otra reflexión sobre la soledad narrada a través de un hombre divorciado que vive en los suburbios de Bucarest. La película, de tres horas, me deja frío, quizá porque en ella no sucede nada que tenga verdadero interés, de manera que el que escribe, después de tres cuartos de hora siguiendo a un hombre de la calle anodino y plano, prefirió salir a la calle a ver otros hombres que contaban mucho más. Debería estar prohibida esta tortura, pero qué le vamos a hacer, esto es un festival.

La palabra filmada

La competición oficial recibió ayer la ópera prima del parisino Oliver Laxe «Todos vós sodes capitáns», galardona con el premio «Fipresci» de la Quincena de Realizadores de Cannes de este año. Su primer trabajo pretende ser una reflexión sobre la naturaleza del cine, contemplada como un instrumento al servicio del conocimiento. Ahí es nada. Una descripción más mundana nos informa que el largometraje narra la experiencia del director en Tánger al frente de un taller de cine dirigido a los niños de una escuela, aunque sobre la trama subyace la idea del proceso cinematográfico como un juego que logra robar al tiempo un pedazo de belleza.

Laxe debuta con un largometraje situándose como un protagonista asceta, de inspiración religiosa, diría yo, que impone los dogmas y la disciplina de un cine de clara afiliación francesa a unos muchachos con más instinto cinematográfico que el propio autor. Después de ver esta cinta, podríamos describir a Laxe como un enviado de Bresson a la tierra, con un mensaje mesiánico que trata de aportar una verdad a los espectadores a través de ese instrumento mágico al que todos adoramos llamado cinematógrafo. Lo que pasa es que esa verdad divina no la encuentro por ninguna parte. Quizá sea la resaca, que me impide ver a un cineasta o lo deforma hasta el punto de convertirlo en un militante más del cine que necesita de la palabra y la interpretación para poder dotar a sus imágenes de un contenido concreto. En cualquier caso, a lo largo de los 78 minutos de este trabajo, siento que «Todos vós sodes capitáns» resulta artificiosa, retórica y falsamente accidental. Me remuevo en el asiento ante un ejercicio de vanidad insólita, tanto peor cuando el director se escapa de la escena y se sitúa definitivamente detrás de la cámara para capturar elaboradas composiciones de plano que convierten la imagen cinematográfica en aquello que precisamente no pretendía ser: una bonita postal de Marruecos.

Por otra parte, la tarde nos trajo «Der Räuber», una producción austro-alemana del director Benjamin Heisenberg. La película reconstruye el caso real de Johann Rettenberg, un ladrón de bancos de los años ochenta que logra ganar varias maratones. A pesar de ello, el protagonista continúa con sus atracos y también se enamora otra vez. Tengo que reconocer que las persecuciones con la Policía me mantuvieron atento, pero la interpretación de los protagonistas es tan plana que necesita de las sirenas de la pasma para mantener despierto al espectador. Desgraciadamente, la película tiene las hechuras de un telefilme de sobremesa. Esperemos que la jornada de mañana nos depare algo mejor.

Animales de compañía

Hace dos noches volví a sentir escalofríos con la maravillosa y sombría «Animal Kingdom» del director australiano David Michôd. Se podría decir brevemente que se trata de una película trágica y violenta, en ocasiones poderosamente fría cuando no profundamente sentimental, de ésas cuya trama te mantiene clavado en la butaca hasta el último plano. Michôd, galardonado con esta cinta en el Festival de Sundance, nos relata con gran maestría ante la cámara el ambiente criminal de Melbourne en los años ochenta a través del precario equilibro de una familia de ladrones acosada por la Policía. La aparición de Joshua, un joven de 17 años que ha perdido a su madre y nieto de la matriarca del clan, alterará los planes del grupo, que paulatinamente se irá descomponiendo como consecuencia de sus propios errores.

El éxito de este trabajo se debe no sólo a su director, sino también a la interpretación de todo el reparto. Honestamente, se me eriza la piel con Jakie Weaver, la mamma de los Cody, una loba con piel de cordero capaz de anunciar tu muerte mientras prepara un estofado, sin que se le tuerza la sonrisa; y sufro con James Frecheville, el joven Joshua "J Cody", un muchacho hermético, frágil y traumatizado, incapaz de comprender la naturaleza de sus actos. Por otra parte, Ben Mendelson, actor desconocido, interpreta un gran papel, encarnando al mayor de los Cody, un tipo sin escrúpulos dispuesto a destruir todo lo que crezca a su paso, con tal de salvar su pellejo, y Guy Pearce resuelve con soltura el reto de encarnar al único hombre honesto de toda la ciudad, un inspector de la brigada antirrobo que hará todo lo que está en su mano para salvar al joven Joshua de la red arácnida en la que se ha visto atrapado.

Más allá de la estructura del guión, compleja y sin ningún cabo suelto, lo realmente interesante de la película es el logrado retrato de personas que resuelven sus problemas al margen de la ley, de hombres y mujeres que luchan con monstruos y nunca salen ilesos. David Michôd recrea un mundo que se rige por sus propias y terribles reglas que no es sino una puesta al día, con acento australiano, de lo que Coppola tan bien supo exponer en «El Padrino», David Cronnemberg en «Promesas del este» y Clint Eastwood en «Mystic River», embarnizando toda la película de una atmósfera ominosa en la que la violencia ronda de forma continua a los personajes y amenaza su existencia.

«Animal Kingdom» es una película lúgubre y abisal, de un amargor terrible, concentrada en un universo cínico en el que la maldad está omnipresente, la sociedad corrupta o impotente y el individuo no tiene otro recurso que tomarse la justicia por su mano.

Más a ras de suelo, el concurso siguió con la ambiciosa y frustrada «How i ended this summer», la historia de un veterano analista ruso y su joven e inexperto ayudante, en una estación meteorológica del Ártico. La muerte de la familia del primero en un accidente desencadenará una cacería entre ambos. A pesar de que la trama está bien resuelta gracias a la interpretación de ambos actores, la acción tarda mucho en despegar, los planos del paisaje ártico se eternizan y uno acaba tan saturado por el océano, el viento y el frío, que se queda tan tieso como un témpano de hielo, a la espera de que suceda algo interesante que los derrita.

Finalmente, el cine social abrió las puertas de este certamen en la tarde de ayer con la argentina «Los labios», de los directores Ivan Fund y Santiago Loza. La cinta, galardonada en Cannes, retrata con un estilo que roza el documental, la labor de tres asistentes sociales en un pueblo marginado de la región de Santa Fe. La película trata de forma digna y emotiva la vida de un pueblo arruinado en la miseria y termina siendo un canto al optimismo antropológico al que parece haberse abrazado este año su director, quizá por esas cosas de la crisis. Ay.

De la soledad y el dolor

El cuarto día de festival he logrado que mis pupilas se dilataran después de un más que tedioso comienzo. La verdad es que, incluso, con la entretenida «Todas las canciones hablan de mí», comenzaba a creer que, a falta de disfrutar o sufrir el desenlace de la competición, la fiesta todavía no había comenzado. Sin embargo, ayer sentí eso que dicen que es el cine y que hasta ahora difícilmente había conseguido encontrar, gracias a «Año bisiesto», opera prima del australiano Michael Rowe, cuyo relato cuenta con un guión perfectamente desarrollado, un ritmo escrupulosamente medido y la estremecedora interpretación de la actriz mexicana Mónica del Carmen.

El largometraje, premiado con la «Cámara de oro» en el último festival de Cannes (tranquilos, este dato ya no significa nada), nos relata la vida de una periodista oaxaqueña que trabaja desde su casa para una revista de negocios. Sus días transcurren de forma anodina, entre las paredes de un claustrofóbico apartamento en el D.F. que le sirve, además, de habitual picadero. Sin embargo, su vida da un giro radical cuando decide abrir sus piernas a un tipo que despierta en ella un deseo masoquista que terminará convirtiéndose en un peligroso despeñadero sexual hacia el suicidio asistido.

Soledad, dolor, placer y muerte son las cuatro coordenadas sobre las que Michael Rowe sitúa al espectador con este largometraje que no destaca por su dirección, pero sí por la maestría del guión y el trabajo de la actriz, que asume todo el protagonismo y toda la responsabilidad en el éxito de esta cinta. A pesar de todo, me gustaría advertir que «Año bisiesto» es una película sádicamente silenciosa y, sin embargo, repleta de significados que se van desprendiendo sutilmente a lo largo del metraje, logrando lo que persigue: remover del asiento al espectador gracias a una dosis de visceralidad y ternura tan sobrecogedoras, prolongadas y adictivas como enfermizas.

Finalmente, la sección oficial concluyó por la tarde con «Tilva Rosh» del serbio Nikola Lezaic. No sabíamos nada de este señor, pero como ya nos tiene acostumbrado el festival, la cinta también fue seleccionada en Locarno y ganó un premio en Sarajevo. El largometraje cuenta la historia de unos adolescentes que dedican el verano a patinar y hacer gamberradas al estilo Jackass, ya saben, esos zoquetes que sienten el irrefrenable instinto de tirarse por un barranco antes de celebrarlo a carcajada limpia. El guión tiene un tufillo a la película «Clerks» que hará pasar un buen rato a todos aquellos que disfrutan con el director Kevin Smith. Por mi parte, la tengo tan vista que ya la estoy olvidando.

Todos los libros hablan de ti

Madrid es un género literario y ayer me desperté con una película que hablaba de un Madrid íntimo y sentimental, revestido de librerías galdobarojianas, de jóvenes poetas malheridos y calles antiguas por las que se paseaba una hermosa Bárbara Lennie, embebida en un abrigo rojo. Me gustan las pelis en las que la ciudad es también un protagonista. Después, cuando las visitas, tienes la sensación de que ya has estado allí más veces, hasta el punto de resultar familiar o incluso doméstica, como si tu subconsciente hubiera sido prodigiosamente conquistado por sus paisajes, su luz, sus sombras, su ruido. De alguna forma, se te queda grabada la extraña y confortable impresión de que has pasado muchos momentos gratos de tu existencia viviendo sobre sus aceras antes de pisarlas.

Gracias a «Todas las canciones hablan de mí», he tenido la misma sensación, quizá porque el Madrid de Jonás Trueba, su Madrid, también ha sido hasta ahora el mío. En cualquier caso, el primer largometraje del joven realizador es una sencilla historia de amor roto entre un joven y hermético librero y su novia. A partir de ese momento, el muchacho es testigo de los avatares y anhelos de sus amigos, mientras trata de encontrar su camino y su propia voz en una ciudad que hasta entonces lo ignora. Por el medio, la cinta es una proclamación personal de Trueba acerca del valor de la literatura en la vida cotidiana de las personas, esas que se detienen a deleitarse con el aroma de las páginas de un libro recién salido de la imprenta. En cualquier caso, me gusta esta película con todos los defectos de un autor primerizo porque nos empuja hacia la nostalgia de un Madrid noventayochista que nadie vivió y porque convierte ese mismo Madrid en un espacio moderno que sigue siendo percibido intensamente, literariamente, por directores noveles como Trueba.

Por otra parte, la tarde se presentó aburrida con la comedia francesa «Mammuth», un largometraje dirigido por Gustave de Kervern y Benoît Delépine, realizadores sobradamente conocidos en este festival, que proyectó en años anteriores algunos de sus trabajos. La cinta que se presenta a la sección oficial está protagonizada por Gérard Depardieu y narra los avatares de un empleado de matadero al que le hacen falta unos documentos oficiales para alcanzar su jubilación. Para ello, el protagonista recorrerá a lomos de su motocicleta los lugares donde llevó a cabo sus primeros trabajos. A lo largo de esta «road movie» francesa, Depardieu sufrirá una progresiva transformación, abandonando la tosquedad de un viejo carnicero por la felicidad hippy de un hombre nuevo que vuelve a amar a su mujer. Honestamente, me pareció una película correcta aunque me dejó igual de frío y mojado que cuando entré, de modo que uno, querido y desocupado lector, prefiere dejarlo aquí para no seguir dando la chapa. Mañana más.

No ficción Phoenix

Reconozco que Joaquin Phoenix no es santo de mi devoción. En «Gladiator» me pareció un actor frío y torpe bajo el papel de un emperador que me hacía añorar al Nerón inmortalizado por el sensacional Peter Ustinov. Volví a sentir la misma vacuidad cuando el muchacho se metió en el pellejo de Johny Cash, aquel tipo que había escrito la tragedia americana con las seis cuerdas de una guitarra y volvía locos a los presos con sus canciones en el penal de San Quintín. Ahora me lo encuentro en la sección oficial de este certamen como un actor que se ama demasiado y en vez de mantenerse angustiado y enloquecido en su intimidad toma la fea actitud de expresarlo abiertamente para ser admirado en un falso documental.

«I'm still here» es la puesta en escena de dos años del intérprete de «En la cuerda floja» en los que decide representarse a sí mismo, despeñándose por el barranco de la fama y el dinero y sacrificando una carrera prometedora en la meca del cine por la grabación de un disco de hip-hop. Casey Affleck, el hermano de Ben Affleck, nos presenta a un Phoenix narcisista, drogadicto, sucio, alcohólico, un tipo destruido que guarda la esperanza de ser el nuevo poeta de América. Sin embargo, lo que podría ser la mejor de sus interpretaciones se queda en un absurdo montaje basado en la acumulación de escenas pretenciosas y grotescas, expresadas de forma aburrida y reiterativa sin un destino concreto.

Reconozco que me aburren sus provocaciones, sus paranoias, su sentido del humor y que, en ocasiones, cierro la pestaña y apenas logro encontrar una sola secuencia que justifique casi dos horas de metraje. A pesar de todo, «I'm still here» nos obliga a recordar otras cintas que se asientan sobre la no ficción. «Bowling for Columbine» de Michael Moore supuso un antes y un después en los planteamientos narrativos del género. El individuo que se cuestionaba el orden de las cosas y que se atrevía a ponerlas en jaque, apostando por ser el verdadero protagonista del relato y el causante directo de lo que sucedía frente a la cámara, sentó las bases de una nueva y polémica forma de contar la realidad a través de este filme. Con un lenguaje similar, el cómico Sacha Baron Cohen, con «Borat» primero y «Bruno» después, trató de dibujar una América hilarante, pero no menos cierta, a través de personajes revulsivos y desconcertantes que ponían de manifiesto una sociedad conservadora y moralmente podrida. Entiendo que Phoenix y Affleck, guionistas de este plúmbeo «I'm still here», se quieren mover en estos términos; sin embargo, desgraciadamente todo lo que en las otras películas era una sátira desvergonzada y una denuncia capaz de estremecer el espinazo, aquí queda reducido a un ejercicio masturbatorio de primer orden que no merece, siquiera, un artículo

viernes, 19 de noviembre de 2010

Teoría de la desinformación

El ministro del Interior marroquí, Taib Charkaui se reunió en Madrid con Rubalcaba este martes para decirle que en el Sahara no se ha producido ningún genocidio por parte de las Fuerzas de Seguridad marroquíes. El ministro del Interior describió en la rueda de prensa posterior una por una las escenas del vídeo que contiene la versión de Rabat. Según Charkaui, sus fuerzas de seguridad iban desarmadas para disolver pacíficamente las milicias. De modo que no hubo disparos, ni genocidio, ni crímenes contra la Humanidad. Y en cuanto a los periodistas, advirtió con cinismo a los medios que Marruecos es un país soberano que se reserva el derecho a recibir invitados.

Sin embargo, considerar el periodismo un trabajo de invitados es un error imperdonable. Si por algo se ha caracterizado a lo largo de los siglos la prensa y, sobre todo, a los reporteros y a los columnistas españoles, es por mantener a los ciudadanos avisados, a las putas advertidas y a los gobiernos inquietos. A Charkaui lo que le gusta es el periodismo domesticado y a mí lo que me priva es este oficio de intrusos que pueden aceptar cualquier cosa menos el silencio.

De cualquier forma, lo que se impone es la desinformación, pues la versión de Marruecos, después de impedir el acceso de los periodistas españoles a la ciudad sitiada de El Aaiún, nos da a entender que la prensa española no está contando la verdad y que, por lo tanto, se hace imprescindible su expulsión. La desinformación es un concepto empleado por el poder que pretende defender lo establecido. Todo lo que contradiga alguna verdad oficial debe ser, por fuerza, una desinformación. De modo que los activistas que denunciaron esta semana ambulancias cargadas de cadáveres están desinformando, al igual que la periodista Angels Barceló, cuando intentó romper el bloqueo informativo al contar desde una azotea lo que sus ojos veían.

Este artículo que habla sobre la desinformación es pura desinformación. Hay que tener cuidado con las cosas que se leen. La desinformación no es una mentira, ni la negación de un hecho que conviene a las autoridades, simplemente es la versión manipulada de una verdad. La exageración suele ser el argumento que acompaña inmediatamente después a la denuncia por desinformación. Quiere decirse que los crímenes de lesa Humanidad cometidos en el Sahara Occidental son una exageración, pues la verdad oficial, o sea, la pura verdad, es otra, la de unos policías disolviendo pacíficamente unas milicias.

Todo el mundo se beneficia de la desinformación y el Gobierno español también, pues mientras no se sepa oficialmente nada, nada se puede condenar. Lo dijo ayer Trinidad Jiménez, ministra de Asuntos Exteriores, que exige una investigación independiente, es decir, que propague la desinformación. Me gustaría desinformar al anunciar que la política exterior de nuestro país es rehén de los intereses marroquíes. Si Trinidad Jimenez cree que la defensa abierta de los intereses por encima de los principios era un ejemplo de real politik, debería saber que sólo es un ejemplo de bisoñez.

viernes, 12 de noviembre de 2010

Sangre en el Desierto

A los valientes les resulta más fácil quedar salvos que muertos, mientras que los cobardes ni se salvan ni alcanzan la gloria, le dice Ayax a Aquiles en la «Iliada». José Luis Rodríguez Zapatero no quiere entenderlo, a pesar de que el pueblo saharaui le está dando una lección de valentía al mundo, con más de 4.500 heridos, 2.000 detenidos, 163 desaparecidos y 60 muertos, en El Aaiún declarado, desde el lunes, estado de sitio. No sabemos si la cifra de muertos y desaparecidos aumentará mucho más en los próximos días, pero lo que sí sabemos es que son cifras suficientes para que el Gobierno español, y en especial, su ministra de Asuntos Exteriores, despierte de la desidia y condene lo que ya comienza a parecer un crimen de lesa Humanidad.

Hasta hace una semana, el Sahara era un problema diplomático enquistado en las relaciones de España y Marruecos, como lo es también la entrega recurrente de Ceuta y Melilla a la soberanía marroquí. Mohamed VI y Zapatero, no obstante, han jugado al gato y al ratón con estos asuntos de un modo cíclico, casi estacional, pero que no entorpecía, en el fondo, las relaciones económicas, intensas y prósperas, que ambos países mantienen desde hace unos años. A todo esto, se añade el hecho de que Mohamed VI, jefe de Estado y jefe religioso de todos los musulmanes marroquíes, ejerce desde los atentados de Atocha un control policial sobre las mezquitas que deja muy tranquilos a todos los países de Occidente. Hasta ahí, la historia va muy bien, quiero decir que es una historia que todos conocemos y, lamentablemente, pocas veces discutimos. Sin embargo, cada una de esas circunstancias no oculta la responsabilidad que España mantiene con el pueblo saharaui, abandonado a su suerte tras la retirada del último soldado español que dio la espalda a esas tierras y condenado a su muerte desde que la ONU destruyó el plan que reconocía el derecho de los saharauis a la celebración de un referéndum de autodeterminación.

Consuela saber que muchos de los saharauis que aún sobreviven en los campamentos no nos guardan rencor y aún conservan su nacionalidad española. A la responsabilidad moral y legal de España de actuar y condenar a Marruecos se añade ahora un nuevo dato, con toda razón legalista, pero suficiente en estos tiempos que corren, para obligar a Zapatero a adoptar una postura valiente e histórica, después de conocerse que algunos de los desaparecidos son también españoles, lo que pone entre las cuerdas a nuestra diplomacia.

La realidad política demuestra que es moralmente más perversa de lo que uno se puede llegar a imaginar. Hasta el lunes, Zapatero volvía a ser una esperanza verosímil, pero el Sahara Occidental puede terminar convirtiéndose en el monstruo que lo devore, del mismo modo que la guerra de Irak destruyó moralmente a José María Aznar. La balanza de las exportaciones no justifica la sangre en el desierto y el viento del Sur no tardará mucho en desenterrar a los muertos. Incluso, por omisión, uno siempre es responsable cuando ostenta el poder, y el Gobierno español debería saber que lo que la justicia no ha podido sobre su cabeza, es razonable que lo pueda sobre su reputación.

lunes, 8 de noviembre de 2010

Ginger Hell, la actriz porno que alcanzó la fama con una parodia de Belén Esteban

Desde que se atrevió a parodiar a la televisiva Belén Esteban, Ginger Hell es una de las actrices porno más cotizadas en la industria pornográfica. En su página web, se presenta como la doble de la Princesa de San Blas. Su debut en el porno comenzó hace dos años de la mano de Bibian Norai, una de las promotoras que más actrices ha lanzado al breve estrellato del cine X. Hablar con ella es esquivar a una manada de fans que besa el suelo que pisa.

-Comenzó a trabajar con Cumlouder hace cuatro meses, y ya cotiza al alza en el mercado de las perversiones.

-Lo cierto es que en esta productora me tratan muy bien y yo me siento a gusto con ellos.

-Su nombre es una incógnita y su nacionalidad apunta a cuatro países distintos. Más que una actriz, parece una espía.

-Nadie conoce mi nombre y tampoco quiero que se sepa. Belén Esteban dijo que era rusa, otros que alemana. En realidad, soy búlgara y llevo 15 años en España, viviendo en Mallorca. O sea, que me siento y soy española.

-Bibian Norai lanzó su carrera al porno hace dos años. En poco tiempo, despertó una gran expectación en Alemania, donde se practica un sexo más bizarro.

-Creo que el porno español no ha evolucionado tanto como en el resto de Europa, donde hay más consumidores. En Alemania no se hacen «cositas normales» como aquí. Allí el porno es bastante duro y bastante más guarro. Pero cuidado, son unos grandes profesionales.

-¿Qué la distingue de otras?

-Cada una es diferente. Yo soy una actriz porno con un glamour salvaje. Me encanta el sexo duro y cañero, que no conoce límites. En España son demandadas las actrices a las que se les hace de todo.

- ¿Pensó alguna vez que se dedicaría a esto?

-Nunca había pensado que sería actriz de cine X. Tenía una pareja y una empresa de alimentación. Aquello terminó. En cualquier caso, eso no quita que desde siempre me ha gustado el porno y el sexo.

-El porno implica un trajín importante: rodajes, shows..., ¿cómo lo lleva?

-Diría que es el mejor trabajo del mundo. Hay una fiesta, un rodaje. Por supuesto, esto no sucede todas las noches. No somos gente que se pasa todo el día follando. De día somos normales. Más allá de bromas. Una actriz porno hace la vida de cualquier artista profesional. El trajín se aguanta bien porque disfrutamos de los rodajes y sí, ciertamente, todas somos unas cachondas.

-La carrera de una pornostar, es breve. ¿Y después?

-Suelo vivir al día y no hago planes. No lo sé, de momento, lo que hago es disfrutar.

-¿Cómo es la mujer que se despierta en su cama cuando no hay cámaras?

-Una mujer muy normal. Suelo levantarme y tomarme un café. Después hago la compra o me voy al gimnasio y visito a mis padres.

-¿Qué opina su familia?

-No saben que me dedico a esto, saben que vivo en este mundo pero no que lo protagonizo.

-Qué distingue a Ginger Hell de la mujer de la rutina.

-Somos completamente distintas. El físico, la forma de hablar e incluso de caminar, sufre una transformación. Hay gente que cuando se cruza conmigo no me conoce. Me gusta ayudar a mis amigos. Luego, ante la cámara, soy la perversa, la cachonda. La mujer salvaje.

Vida, pasión y muerte del porno

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lunes, 1 de noviembre de 2010

La mano que mece la Red

Julian Assange
La semana pasada, Wikileaks destapaba 400.000 informes que narraban las matanzas y torturas llevadas a cabo por las fuerzas armadas estadounidenses y británicas contra la población civil en la pasada guerra de Irak. EE UU o Reino Unido volvieron a temblar con este auténtico ataque cibernético y periodístico basado en la información entregada por aluvión. Julian Assange, la cabeza que opera detrás de esta plataforma, se ha convertido en el azote de los gobiernos occidentales. Tiene aspecto de zorro y se mueve como Jason Bourne en las películas de Paul Greengrass. En cualquier caso, desarrolla un periodismo que busca el colapso de un imperio que ha manchado sus manos con la sangre de los inocentes. Para desafiar al poder no necesita un discurso alternativo. Le basta simplemente la verdad de una filtración que luego pueda ser contrastada para vencer la capacidad discursiva de un Estado. Como en el Watergate, ha encontrado su garganta profunda en el corazón del Pentágono o en la conciencia de un soldado atrapado en su propio batallón.

Pero Wikileaks no es cosa de un solo hombre. Assange dirige a un equipo de periodistas que se mueven silenciosamente entre las trincheras y las ruinas de los estados que han fracasado en este sangriento siglo XXI. El otro día le preguntaron al joven periodista australiano qué había visto hasta ahora desde esa plataforma que recibe ataques constantes desde el poder. Assange respondió «la muerte a escala mundial de la sociedad civil». Se refería a los acelerados flujos financieros, a las transferencias electrónicas de fondos que se mueven más rápido que la sanción política o moral, destrozando la sociedad civil a lo ancho de este vano mundo. Más inquietante todavía fue su segunda respuesta: «hay un enorme y creciente Estado de seguridad oculto que se está extendiendo por el planeta, principalmente basado en Estados Unidos». Es una red de tutelaje que existe en todos los países occidentales y conecta a todos los países occidentales.

La censura también se ha instalado en las redes sociales. El poder también sabe hacer la guerra en internet. De modo que estos días se han cerrado varios perfiles en la santa casa del Facebook, concretamente el de un grupo que convocaba pacíficamente a gays y lesbianas a besarse delante del Papa en su visita a Barcelona. Al parecer, una mente puritana recorre el caralibro y actúa a las órdenes de Benedicto XVI. Un breve paseo por la red 2.0 nos demuestra que Facebook está plagado de santos redentores, vírgenes de la Macarena, incluso una santina atea y republicana que también ha sido censurada esta semana. Comienzo a pensar que la red esconde a una santa inquisición que condena a la desaparición a quien es republicano, gay, lesbiana, anticlerical, antipapal, antifascista y así en este plan. Me temo que alguien sigue teniendo el control de nuestras vidas. Quiere uno decir que en las redes sociales están todos nuestros datos, nuestras vidas, nuestros deseos y que ellos siguen estando en el último escalón de la pirámide, vigilándonos y moviendo hilos. Ay.

Ramón y Alfredo

Se lo dije hace tiempo a José Manuel Sariego, secretario de los socialistas gijoneses. «Hay que escribir sobre Rubalcaba». Sus ojos se iluminaron y no tardó en responder. «Me parece bien, pero no mates a Zapatero».

Pues bien, no hizo falta matar a nadie, porque ya sabemos que el Presidente está más vivo que nunca. Este Gobierno sale al campo de la política con viejas glorias que conservan la misma capacidad de reacción de entonces. Jáuregui y Rubalcaba, Ramón y Alfredo. Los dos imponen respeto y, en algunos casos, cierta admiración que sólo se enfría cuando uno reflexiona sobre la naturaleza del poder que recae en sus manos y la adversidad como el más cercano de los futuros. La derecha lo comenta en los mentideros del Senado y en los sótanos de la calle Génova. O sea, que todo este asunto mola, crea ilusión en unos y resignación en todos los demás.

Ramón Jáuregui llega a la Moncloa desde Bruselas, después de diez años sin ningún cargo de gobierno y con toda la experiencia para poder gobernar. Fue vicelehendakari con Ardanza y conoce perfectamente la fragua del terrorismo. En el Congreso, sus intervenciones eclipsaban a José Antonio Alonso, el actual portavoz del Grupo parlamentario Socialista. Entonces decidieron congelarlo en Bruselas y ahora vuelve con toda la dignidad de un ministro que nunca sacrificó a un compañero. En la toma de posesión invocó a Norberto Bobbio, la vieja izquierda italiana, que sabía lo que era gobernar mientras repensaba el socialismo y el Estado. Así que dijo: «La igualdad es nuestra estrella polar».

Con otra frase, Rubalcaba llevó a Zapatero hasta la Moncloa hace seis años. «España no se merece un Gobierno que le mienta». Después ha sido el ministro mejor valorado desde que asumiera la cartera de Interior. Es el mejor parlamentario socialista y ha descabezado a ETA desde que se extinguió la última tregua con la banda terrorista. Tiene a la derecha sumida en la congoja. Conoce como un ratón la nueva casa que cobija, la urdimbre gubernamental que no luce, esa que sólo han visto los retratos de la Moncloa. Viene para aunar voluntades entre ministerios que se hacen zancadillas. Todos le respetan porque funciona.

La crisis de gobierno puede significar un nuevo impulso para el país y se explica como un guiño a la izquierda y a la vieja guardia felipista. Ha creado expectación entre los sindicatos y la derecha. A todos ellos los ha pillado con el culo al aire. Nadie, salvo Rajoy, se atreve a criticar las consecuencias políticas que traerá este nuevo Gobierno, y lo que vaya a decirnos el registrador de la propiedad a estas alturas ya no interesa. Las advertencias de los barones de los últimos días no han caído en saco roto. En cualquier caso, Zapatero ha sido siempre, y lo es ahora, un verdadero maestro de la paradoja. Si las cosas fueran bien, deberíamos temernos lo peor, pero si nos lanzamos hacia el desastre, podremos estar tranquilos, a un día de la crisis de Gobierno ya es probable que pueda volver a cosechar otro triunfo en las próximas generales.

Encerrados

Tanto la izquierda como la derecha tienen su propia forma de suspender la ley. La derecha justifica su violación mediante un doloroso y personal sacrificio en aras de la nación. En la actual crisis, los derechos laborales se suspenden para salvaguardar los pilares de nuestra economía. Valgan como ejemplo las últimas declaraciones del presidente de la CEOE, Gerardo Díaz Ferrán, quien ayer declaró que para salir de la crisis económica los trabajadores deben «trabajar más y, desgraciadamente, ganar menos».

La respuesta sindical al nuevo capitalismo autoritario comienza a expresarse también a través de la suspensión de la ley, sin necesidad de invocar los sacrificios patrióticos, sino, más bien, el sencillo cumplimiento de los derechos sociales reconocidos por la misma ley que la patronal vulnera. En la Acrópolis de Atenas, guías, arqueólogos y conservadores mantienen un encierro desde el miércoles. Los trabajadores amenazaron con permanecer en el recinto hasta el último día de este mes si el Ministerio de Cultura no pagaba los 22 meses de salarios atrasados y celebraba las contrataciones definitivas. Las últimas noticias nos informan de cuarenta trabajadores dispersados por los antidisturbios mediante gases lacrimógenos. Los periodistas también fueron expulsados. Esta situación es una consecuencia más del estricto plan de austeridad que se ha impuesto a Atenas, desde el Fondo Monetario Internacional y la Unión Europea a cambio de un préstamo que trate de evitar su bancarrota.

En Torrespaña, trabajadores de la UGT mantienen desde hace ocho días un encierro indefinido como protesta por el despido improcedente de una documentalista de 61 años, a la que se aplica el nuevo procedimiento planteado en la última reforma laboral. «No se puede permitir un despido totalitario y despótico que recuerda a otros tiempos de gobierno», me cuenta Miguel Ángel Curieses, secretario de Organización de la UGT en la Corporación de RTVE y antiguo secretario de organización de la Unión Comarcal de Gijón. La documentalista fue sustituida por dos trabajadores que desempeñan la misma función con un contrato en prácticas. Decía Cándido Méndez, días antes del 29-S, que esta reforma sólo serviría para sustituir a trabajadores con mucha antigüedad por nuevos profesionales en condiciones laborales deplorables. No se equivocaba.

Curieses me cuenta que RTVE está cada día más tocada de muerte, que, paulatinamente, son más evidentes los indicios de su agonía. Un dato significativo reconocido por la UGT es que la producción real de contenidos elaborada por los trabajadores de la corporación apenas alcanzan el 17%. Hasta el momento, Miguel Ángel ha recibido el apoyo de todos los grupos parlamentarios en la corte de los leones, salvo el del suyo propio, el PSOE, y se mantiene a la espera de una conversación con Eduardo Alonso, portavoz del Grupo parlamentario Socialista. «La respuesta del partido ha sido hasta el momento bastante pobre. Esperábamos mucho más. Vemos que se esconden y no dan la cara», me explica por teléfono desde Madrid.

CC OO, CGT, USO y otras fuerzas sindicales están con Curieses. Día a día, han pasado por Torrespaña para expresar su apoyo. De alguna manera, el encierro trasciende la defensa de una compañera, pues se acerca más a una respuesta al modelo laboral que atenta directamente contra los trabajadores.