Espejo de villanos: febrero 2011

"Hijos de puta, si os dejo con vida es por que habréis de amortajárme como a un ángel"

lunes, 28 de febrero de 2011

Espaldarazo judicial

La Sección Octava de la Audiencia Provincial del Tribunal Superior de Asturias ha dado un fuerte espaldarazo a la instrucción seguida por López Pandiella al considerar que existen indicios suficientes para considerar que José Luis Iglesias Riopedre debe ser imputado en la llamada «operación Marea». Al ex consejero de Educación y Ciencia se le acusa de siete delitos contra la Administración pública. Las palabras escritas en el auto son determinantes: «Constan motivos bastantes para considerarle criminalmente responsable de dichos delitos en consideración al resultado de las investigaciones llevadas a cabo en el curso de esta instrucción». Las intervenciones telefónicas y la documentación requisada constituyen suficientes medios probatorios para poder hablar con rigor de indicios que justifiquen la instrucción. No obstante, la Audiencia ha decretado la libertad bajo fianza de 100.000 euros de Riopedre en atención a su estado de salud y a la disminución del riesgo existente en la manipulación o destrucción de las pruebas incriminatorias.

Ayer nos desayunábamos con otras declaraciones de la fiscalía, mientras se discutía la excarcelación de Riopedre: «El supuesto mal estado de salud de este señor no le impidió estar trabajando hasta que el verano pasado dimitió de su cargo; sus padecimientos los tiene desde hace muchos años, no son nuevos, y siguió desempeñando su trabajo hasta que decidió dimitir. Cuando se levante el secreto de sumario, sabremos algo más del porqué». Cuentan que poco tiempo después, las palabras de María Luisa García, fiscal encargada de la instrucción, fueron considerablemente rebajadas, pues colocaban la pelota de esta trama de corrupción sobre el tejado de Vicente Álvarez Areces. Sin embargo, quedó grabado aquel «porqué» y así constará en adelante como una dura insidia.

Probablemente, el auto de libertad bajo fianza es una forma de equilibrar la balanza entre el poder ejecutivo y el poder judicial. Habrá quien diga que este último aprovechó una buena oportunidad para lavarse la cara. En cualquier caso, a Riopedre se le ofrece una oportunidad para salir de la cárcel al tiempo que una instancia superior confirma la instrucción de López Pandiella. Pero independientemente de la interpretación que se haga, el auto es una buena noticia, pues tiene un valor político imprescindible para poder mantener la confianza en las instituciones. El auto de la Sección Octava de la Audiencia Provincial salvaguarda la actuación del poder judicial, al entrar en el contenido de la instrucción y considerar que existen indicios suficientes para imputar a los tres cargos públicos en la «operación Marea». Debemos recordar que hasta ayer, la presunción de inocencia y la presunción de legalidad en la justicia asturiana colisionaban en la opinión pública de los asturianos, creando un estado de incertidumbre político insólito en treinta años de democracia. Hasta ayer, no sólo estaba en entredicho la legalidad de tres responsables públicos, también se enjuiciaba la imparcialidad y transparencia de un sistema judicial encarnado en una juez que, hasta hace poco tiempo, ocupaba un asiento en los Juzgados de familia. Se dijo de ella que era inexperta, que actuaba impulsada por instintos que transcendían más allá del cumplimiento de la legalidad, que se regía desde la parcialidad política. En definitiva, trató de desautorizarse su instrucción, dando la espalda a la investigación que la Policía Nacional había llevado a cabo durante más de un año y medio. En pocas horas, la violencia y el menosprecio se desataron en la boca de muchos, fruto de la desconfianza y el partidismo que, como ya dijimos aquí, se extiende como la peste en cuanto se demuestra que está justificada. También se habló de deslealtades, de cuchilladas, pero nada se dijo sobre la trama o, sencillamente, se redujo artificialmente su importancia, convirtiéndola en la simple y obscena corruptela de una funcionaria. Sólo Javier Fernández ha manifestado públicamente la necesidad del esclarecimiento, caiga quien caiga. Lo dijo hace un mes y lo volvió a repetir hace unos días.

A pesar de todo, la gran mayoría de los ciudadanos sólo esperamos que el caso se resuelva lo antes posible, pues entendemos que el valor de la política está en juego desde que Iglesias Riopedre ingresó en la cárcel. A partir de ahora, habrá que enfriar las emociones y estar más atento al procedimiento que se sigue contra el ex consejero, María Jesús Otero y Marta Renedo, incluso, mordiéndose la lengua si es preciso. De nada sirven los arrebatos sentimentales, pues la política es algo más que una emoción, aunque esté impregnada de muchas o no se pueda entender sin ellas. Aunque el auto supone un afianzamiento de la instrucción, no creo que haya un solo asturiano que no desee el levantamiento del secreto de sumario, el único auto que verdaderamente podrá poner orden y concierto en el poder ejecutivo y judicial que, a lo largo de un mes, han vivido sometidos a la peor de las sospechas.

Tan esencial como imposible será para los asturianos que este asunto se resuelva antes de las elecciones. Quiere decirse que las próximas votaciones estarán enturbiadas con este asunto, con Riopedre o sin él en la cárcel.

Coda: Tiempo. Ésa es la clave. Para algunos, comienza a jugar a favor. A partir del próximo 5 de marzo, Francisco Álvarez-Cascos será proclamado candidato al Gobierno del Principado por su partido. Los que le conocen saben que será una auténtica ametralladora política. El tiempo, como digo, corre a su favor. Para la gran mayoría, en contra.

«La radio es mi ropa gastada, con la que me siento más cómodo y confortable»

Lleva dos meses en la radio. Dirige un magacín de cuatro horas y media de lunes a viernes en la RPA. Pachi Poncela es el maestro de ceremonias de «La radio es mía» y, en muy poco tiempo, ha recuperado a sus fieles con un programa ameno y divulgativo que devuelve el protagonismo a todos los asturianos ofreciéndoles su micrófono desde las diez de la mañana hasta las dos y media de la tarde.

-¿Cómo fue su primera entrevista?

-Fue a un paisano que llegó a Moscú en bicicleta. Mi jefe me metió en un estudio, me indicó cuáles eran los aparatos y me dijo: esto es para hablar tú, esto es para que hable el otro y después me dejó solo. De manera que yo no tenía mucha idea, pero entonces, como ahora, había una voz que me decía «O lo haces o lo haces». Bueno, pues lo hice.

-¿Los buenos periodistas aprendieron en situaciones desesperadas?

-Puede ser. Me acuerdo de una entrevista a Francisco Álvarez-Cascos en el año 91. Entonces debía ser diputado y secretario del Partido Popular. Yo estaba solo. Trabajaba en Radio Minuto. Era Navidad y por esas fechas Álvarez-Cascos solía acercarse a los estudios para felicitar las Fiestas. Ese día estaba solo y me dije: «Coño, Álvarez-Cascos. Tiene una entrevista». Con la mala suerte de que yo todavía no sabía manejar los mandos del estudio. Así que en lugar de dar a la palanca que debía le di a otra, de manera que tanto Cascos como yo nos escuchábamos con retardo. Eso hacía que los dos balbuceáramos al hablar y así se nos debió de escuchar. Fue un desastre. Lo pasé tan mal que no recuerdo qué diablos le pregunté.

-¿Qué le pasa a uno por la cabeza cuando abandona la publicidad y decide regresar a la radio?

-Piensas que vistes una ropa prestada, que no es la tuya, y cuando ya comienzas a acostumbrarte a esa ropa, de pronto se presenta la oportunidad de volver a vestir tu propia indumentaria, la de la radio, que ya es una ropa gastada, incluso con algún furaco, pero, a fin de cuentas, es tu ropa, con la que te sientes más caliente y confortable.

-¿En estos dos meses de programa ha visto algo en la profesión que antes no habías percibido?

-Que todos son mejores que yo. Cuando yo comencé, había gente que salía de la Facultad y muchos que surgían de modo espontáneo y, sin embargo, encajaban muy bien en la profesión. En cambio, por lo que respecta a los nuevos periodistas, creo que saben menos trucos de cocinero que antes. Dicho de otra manera, conocen la alta cocina, pero les falta todavía acertar con el punto de cocción. Son muy buenos profesionales pero, en ocasiones, no encuentro que tengan ganas de contar, de comunicar. A lo mejor, la espontaneidad de la comunicación se ha desvanecido. Por otra parte, en la radio y la tele siguen saliendo los mismos políticos, los mismos nombres, las mismas caras de siempre. Los mismos de hace veinte años. Y si no son los mismos nombres, son sus herederos.

-¿Se entrevista mirando a la pantalla del ordenador antes que a los ojos de los entrevistados?

-Creo que sí. Eso es algo que me llama mucho la atención. Trabajamos asistidos por monitores de ordenador. Antes mirabas a los ojos de las personas que entrevistabas, sus gestos, su postura. Todo eso decía mucho del personaje al que preguntabas. Ahora, por desgracia, es todo más frío.

-Imagínese que su vida es un western y que la radio supone su regreso al poblado después de unos años. De pronto, observa la ausencia de alguien.

-Yo creo que no falta nadie. Es probable que quien sobre sea yo.

-Eso es un exceso de modestia.

-No, no es cuestión de modestia. El pueblo sigue siendo el mismo, aunque las reglas, el marco o el ambiente, efectivamente, han cambiado. A lo mejor, han redecorado el «saloon», que ha perdido su mal olor y sus vomitonas y tampoco se puede beber ni fumar. Aun así, creo que la gente sigue siendo la misma.

-¿Siente nostalgia del pasado?

-No, porque no ha pasado tanto tiempo y hago lo mismo que hacía en el pasado. Siento otras cosas: comunicar es contar las cosas y cada uno tiene una forma, unos mejor y otros peor. Yo tengo la mía propia. No cambió tanto el lugar ni yo tampoco he cambiado tanto como para que haya una sorpresa o una nostalgia. Personalmente, me encuentro bastante intacto.

-¿Se cumplen las expectativas del programa?

-Alguien me dijo: «Cuatro horas y media de programa, vas a chiflar». De momento no ha sido así. Me siento como ese guaje que juega por vez primera en un campo nuevo. Al principio me asusté un poco. Ahora estoy tomando las medidas del campo. Desde dentro y desde fuera. Estamos indagando dónde hay que trabajar más y dónde no tanto, qué temas hay que tratar con más calma y qué otras con más celeridad. No obstante, también estamos empezando a disfrutar, pero seguimos rodando.

-Cuando analizaba la actualidad, decía que la veía exactamente igual a su época anterior. Desde un punto político, ¿el país necesita una regeneración política?

-No me gusta como suena. Lamento decir que cuando alguien me habla de regeneración me sale un sarpullido. De pronto tengo la impresión de que todo se hizo hasta ahora mal. Y es que regenerar suena a sajar, cortar, limpiar y operar. Seguro que habrá muchos que levanten la mano para regenerar y realmente no tengan la cura. Lo que encuentro realmente es una gran desilusión en la sociedad. Por otra parte es lógico con una crisis como ésta y casi cinco millones de parados. Creo que necesitamos un poco más de aire, que llegue savia nueva con un mensaje distinto, aunque suene muy utópico. Y no me refiero sólo a los políticos. Yo también me siento muy desilusionado.

-¿Con qué se siente desilusionado?

-Quizá con el sistema en general, que es un sistema acomodaticio. A lo mejor es que ya no tengo esperanzas en el género humano y vivo en el desencanto.

-¿Cree que la profesión se ha banalizado?

-Creo que sí. Vivimos sometidos a las audiencias y la publicidad. Vivimos la mercantilización de la profesión, tanto en prensa, televisión como en radio. Creo que todo se canaliza, se dirige desde arriba, a la vez que se trata de dar una respetabilidad a una profesión que nunca fue respetablemente seria, en el sentido de que siempre cobró mal. La respetabilidad de un periodista, actualmente, procede de la obligación de tener un título. Sin embargo, siempre hay alguien que se lucra a costa de una supuesta profesionalidad y de una vocación o ilusión que nunca menguó, a pesar del escaso salario que se gana. Incluso sentimos apuro por ganar perres en lo que nos gusta. Pero hay que reconocer que en el sector hay mucha gente que se dedicó al periodismo y otra mucha gente que nunca peleó por una noticia o estuvo en una redacción. Quizá todo mejorase si trabajáramos en buenas condiciones. Al final, todo eso repercute después en la cantidad de gente que trabaja en medios y no tiene una buena agenda ni referencias de nombres del pasado, que saben lo que ocurre pero no saben por qué. Descubro la falta de inquietud por saber lo que había antes. Y, además, asumo el error de generalizar.

-Pero eso no deja de sonar extraño, cuando quien lo dice se arriesga con un programa de cuatro horas y media.

-Vuelvo a la radio por necesidad personal de contar historias y lo hago también por mi hijo. Mi hijo, siempre que le preguntan en el colegio por el trabajo de su padre, dice que trabaja en la radio. Sin embargo, hasta no hace mucho tiempo me dedicaba a la publicidad y tenía la sensación de que lo que contaba era cierto y no lo era. Ahora puede decir con absoluta propiedad que su padre trabaja en al radio.

-¿Y cuando su chiquillo le pregunta qué es ser periodista?

-Mi hijo no pregunta lo obvio, porque en casa tiene a su padre, a su madre y a su tío. Prácticamente vive en una redacción. Para él, ver a su madre o a su padre en la televisión o escucharme en la radio es rutina.

-¿Tiene madera de periodista?

-No me gustaría que se dedicara a esto, pero reconozco que, incluso, cuando cuenta las cosas lo hace impostando la voz y describiéndolas con pelos y señales.

jueves, 3 de febrero de 2011

Teoría de la corrupción

Algo tan lamentable como escalofriante de la corrupción es su naturaleza incalculable. La corrupción parece gigantesca, pero, a tenor de las sucesivas informaciones publicadas desde hace un par de semanas, parece no tener medida. Sin embargo, uno cree que, precisamente, su desmesura forma parte de su identidad. El escaso control que los sistemas jurídicos ejercen sobre los corruptos hasta que estos acaban en manos de la justicia nos indica que la corrupción no posee medida, resulta prácticamente imposible de calibrar y se acerca tanto a la esencia de las emociones que es inútil advertir el punto exacto del que procede y, lo que es peor aún, cuál será su devenir.

A estas alturas, el «caso Marea» es un cúmulo de cifras que nos hablan de malversación, cohecho y otros tantos delitos. En dos semanas, ya no alcanzamos a estimar su profundidad y extensión. Los lectores tienen la sensación de que la magnitud de esta formidable monstruosidad alcanza un grado que desdice su graduación y, en consecuencia, su calificación aproximada. Se trata, por tanto, de una corrupción tan difícil de calificar que la socorrida nominación de «trama política» o «trama administrativa» apenas sirve para percibir las dimensiones de un acontecimiento cuya complejidad ha estallado precisamente por su naturaleza perversa.

La izquierda y la derecha suelen fantasear constantemente con su honestidad, su voluntad y capacidad para controlar y, en su caso, castigar a aquellos que asumen el soborno como un estilo de vida. ¿Pero cuál ha sido hasta ahora ese control? El interés de las autoridades ha sido comprobar, a posteriori, que sus muchas medidas de control no producían efecto alguno. Ninguno de los organismos fiscalizadores de la Administración asturiana ha servido para detectar el mal o, al menos, parte de ese mal; ni siquiera cuando Marta Renedo fue destituida tras detectarse alguno de sus desafueros.

El «caso Marea» incluye en su relato el juego de las apariencias. Hombres y mujeres de aparente austeridad pasan sus días en la cárcel, mientras sus amigos se lamentan públicamente de su desgracia y hacen gala de su amistad. Resulta curioso que sea la apariencia de esa austeridad la que justifique su inocencia y valía, argumento que, realmente, va en contra de los imputados, pues lo único que consigue es que se incremente el grado de perversión. Me gusta pensar que la corrupción no tiene forma y, por lo tanto, su apariencia puede ser la de un hombre vestido de cualquiera.

La corrupción es la expresión moral y económica de El Mal: crea pánico, vergüenza y resignación entre quienes gobiernan y son gobernados, en coherencia con su alma desmedida o acaso infinita. Observamos por la naturaleza del «caso Marea» que la corrupción no se sacia, engulle millones de euros y deja en la cuneta infinidad de víctimas políticas: sistemas políticos, partidos y ciudadanos, que mueren ahogados en el océano de la desilusión.

La corrupción se extiende sin coto, como un virus contagioso o una célula cancerosa que conduce al organismo a la metástasis de la desafección. La corrupción logra que toda la realidad sea sospechosa de ser corrupta y destruye la confianza, la seguridad, la esperanza, abriendo la puerta a otros monstruos que, en último término, la consagran, invocando su pureza. La corrupción, querido y desocupado lector, es el heraldo negro del terror que llamará próximamente a su puerta.