Espejo de villanos: julio 2011

"Hijos de puta, si os dejo con vida es por que habréis de amortajárme como a un ángel"

jueves, 28 de julio de 2011

«Lo importante es contar la historia más honesta, no la más bella»

«La lucha de clases es un tema universal que a mí me interesa; los que detentan el poder siguen siendo los mismos y contra ellos es contra los que luchan mis personajes»

 

Entrevista a Dennis Lehane por Víctor Guillot 

 

Fotografía de Juan Plaza 

 

Las novelas de Dennis Lehane hablan de Boston, de crímenes bajo los que subyacen los traumas y fracasos de una clase obrera empobrecida de raíces católicas e irlandesas. «Shutter Island», «Mystic River» y «Cualquier otro día» podrían conformar una tesis de la América urbana que comienza en los inicios del pasado siglo XX y llega hasta hoy. A estas tres grandes novelas uno debe sumar la serie negra de cinco novelas protagonizada por los detectives Kenzie y Gennaro o su colaboración en la emblemática serie de la HBO «The Wire». Lehane es un escritor apasionante, lleno de fuerza, tragedia y cruda ironía. Llega a la «Semana negra» para hablar de su país, de sus historias, de los lobos que atormentan las calles de Dorchester.

-Se ha dicho de usted que su obra nos devuelve a Chandler, a Ross McDonald, a Parker. En cambio, uno descubre que su obra ambiciona contar no sólo una trama policiaca, sino el panorama real de un tiempo y un país, una América, la bostoniana, y una fiebre, la de su clase obrera.

-Creo que no estoy escribiendo la gran novela americana. Empecemos por ahí. Lo que sí me gustaría escribir es la gran novela urbana. Y, en todo caso, preferiría escribir una buena novela urbana antes que la gran novela americana.

-En sus novelas abunda de un modo intenso y recurrente en el concepto de la culpa, que en su discurso nos devuelve una cultura irlandesa y católica donde la muerte tiene un cariz liberador.

-Esto es algo que todavía no tengo muy claro, pero como cualquier artista que se ha criado en una cultura católica, la idea de la redención me fascina en un mundo, en una sociedad, de caídos.

-El desenlace de «Mystic River» dejó perturbado al lector durante mucho tiempo, quizá porque no acababa de entender que la justicia se pudiera resolver de un modo tan cruel y, sin embargo, equitativo.

-Discrepo. Para mí, «Mystic River» se centra en una idea, según la cual los seres humanos realmente son más peligrosos cuando tienen una certeza. El héroe de esta novela es un hombre atormentado, Dave, que finalmente es asesinado por la persona equivocada.

-Pero Dave acumula tantos monstruos en su cabeza que su muerte, aunque sea fruto de un error, resulta bastante liberadora.

-Creo que Dave encuentra la redención enfrentándose a los monstruos y no a través de una muerte injusta.

-En «Abrázame oscuridad» remite a un epígrafe de Graham Greene donde dice «deberíamos estar agradecidos por no ver los horrores y la degradación que acompañan a nuestra infancia, en alacenas y estanterías, en todas partes». Da la impresión de que todas las tragedias nacen de una semilla negra que comenzó a germinar en la infancia.

-En mi obra definitivamente subyace la fragilidad de la inocencia, que tarde o temprano llega inevitablemente a su fin.

-Suele ser habitual que los escritores de novela negra se descubran con un estilo periodístico. En cambio, su obra casi está más cerca de la poesía que de la narrativa.

-Creo que en mi trabajo hay algo de esto. Los escritores que más me han influido tienden a ser más líricos. James Crumley y James Lee Burke escriben una prosa bellísima que se adapta a los problemas y los traumas que viven los personajes de mis obras.

-¿Escribe desde la dramaturgia y la poesía antes que desde la narrativa?

-En cierto modo es así. Mi oficio, tal como yo lo entiendo, consiste en profundizar hasta donde pueda en las premisas dramáticas que me encuentro con cada personaje. Algunas veces el oficio es desagradable, en el sentido de que uno debe encarnar ese dolor que luego trato de traducir en palabras y pensamientos.

-¿Es usted un escritor cuyo horizonte literario es, además del dolor o la redención, el lenguaje?

-Para nada. Cada día estoy menos enamorado de mi propia voz. A lo mejor hace diez años podía ser cierto. Pero hoy creo que lo más importante para un escritor es contar la historia más honesta, no la más bella.

-Honestidad y belleza no tienen por qué ser contradictorias.

-Desde luego, pero en el pasado habría desechado un momento honesto por un momento bello.

-En Dos Passos, Bellow, Roth, Mailer o Don Delillo abunda la épica. En su caso nos habla de vidas anónimas que sufren traumas universales, sobre los que subyace el fracaso. ¿Sus protagonistas, los que hacen a «Cualquier otro día» una gran novela americana, son los traumas de esos personajes, son los traumas de América?

-La tesis central de este libro, ahora que podemos hacer cierta retrospección, es que la vida se divide entre aquellos que tienen y los que no tienen. A finales de la segunda década del siglo XX, los que no tenían comenzaron a reivindicar y a luchar por sus derechos, mientras los que tenían seguían ganando. Hoy en día vivimos una situación parecida. De manera que la lucha de clases es un tema que se presenta como universal y que a mí me interesa. Los que detentan el poder siguen siendo los mismos que escriben los cheques y redactan las reglas. Contra ellos es contra los que luchan mis personajes.

-En otras entrevistas ha reconocido la necesidad de escribir desde que era un crío. ¿Ha temido en alguna ocasión que esa pulsión desapareciera? ¿Ha sucedido? ¿Le atormenta?

-(Golpea con los nudillos una mesa de madera) No (risas). Me tomo la literatura como un oficio, en un momento en el que el mundo narrativo se está desmoronando. No tengo miedo a quedarme sin historias ni tampoco lo he sentido. A veces, es verdad, he sufrido la falta de inspiración, pero la he superado currando. Es una situación terrible. Tienes ganas de clavar un clavo en la pared con tu cabeza.

«No estoy escribiendo la gran novela americana, pero sí me gustaría estar escribiendo la gran novela urbana»

sábado, 23 de julio de 2011

Verano para matar (II)

Historia novelada de un encuentro con hampones


Hace dos noches recibí una llamada. Un encuentro, una dirección, el nombre de Ava Lane y la voz cavernosa de una mujer que me citaba a las afueras de Gijón.

Los faros de mi coche iluminaron una mansión indiana, alzada sobre un acantilado que se abría más allá del dique Torres. Se trataba de una rubia alta, tuerta, nerviosa y esbelta. Fumaba un cigarrillo apoyada en el quicio de la puerta, mientras contemplaba desde la puerta cómo me acercaba. Por la expresión de su rostro supe que yo no era el hombre que esperaba.

-Eres más bajito de lo que creía.

-Si tuvieras dos ojos, te parecería más alto.

Dibujó una mueca en su cara. No era hermosa, ni siquiera guapa, pero daba la sensación de que a su lado siempre sucedían cosas.

-Rubia, no he venido aquí a limpiarte los zapatos. Qué diablos significa esa llamada.

-No es a mí a quien tienes que ver. Dentro, te espera un hombre.

-En ese caso, no me interesa.

Antes de que me diera la vuelta, sentí que del otro lado de la puerta un hombre tosía con rabia mientras trataba de gritar mi nombre. La mujer enderezó su cuerpo, como si le hubiera dado un calambre en la espalda. Tras ella, iba cobrando forma la figura de un viejo de aspecto moribundo y señorial que se acercaba lentamente hacia la entrada del caserón. Una bata morada cubría el pijama y trataba de apuntarme temblorosamente con una pistola.

-No se vaya. No hemos hablado todavía.

-Ni creo que lo hagamos. No me van los viejos y, menos aún, si no tienen puntería.

-Guárdese su sarcasmo para otra fiesta. La cosa es más seria de lo que usted piensa.

-Últimamente no pienso. No sé lo que me pasa.

-Si no quiere acabar como su amiga, siéntese en el salón y bébase lo que quiera.

Después de cruzar la puerta tomamos asiento en el sofá de un salón que aparentaba ser un hogar con pianola y una buena librería. El viejo tenía la piel amarilla. Estaba lo suficientemente podrido como para saber que no seguiría mucho tiempo vivo.

-Muy bien, ya estoy sentado. ¿Dónde está ese whisky?

-Mariana, por favor, tráenos una botella.

La tuerta se fue hacia la cocina, mientras el viejo dejaba el revólver lentamente sobre la pianola.

-Sé muy bien quién es.

-Entonces ya sabe algo más que yo. Ilústreme.

-Aún no comprendo qué pudo ver Ava Lane en un tipo como usted.

-Yo tampoco. ¿Cómo dijo que se llamaba?

-Todavía no he dicho nada.

-Qué lástima.

Me levanté, dando signos de que aquella conversación había terminado.

-Oiga, todavía no sé con quién diablos estoy hablando. ¿Es siempre así de duro o sólo cuando lleva puesto el pijama?

La rubia se acercó con el hielo, los vasos y la botella.

-Gracias, princesa, pero creo que no pinto nada aquí. Al final, vas a ser más simpática de lo que creía. Lástima que tengamos que dejarlo para otra ocasión.

El viejo continuó hablando.

-Me llamo Gonzalo Jiménez Montalbo. Como sabe, tengo unos cuantos prostíbulos en la ciudad.

-No le culpo. A su edad, seguro que yo también desearé morirme en uno.

-Abandone esa estúpida ironía si quiere continuar vivo. Quería mucho a Ava y antes de que la mataran estuvimos juntos en más de una ocasión. Trabajó un tiempo conmigo. Éramos buenos amigos. Me dijo que le amaba.

-Ava sabía mentir muy bien.

-Hay otros tipos que le buscan. Saben que pasó una de sus últimas noches a su lado. El caso es que la chica robó algo que les pertenecía y ahora rastrean sus pasos.

-Muy bien. Ava robó un libro a unos tipos, los tipos se cargan a la chica. La chica aparece muerta. Fin de la historia. Yo no pinto nada.

-No es tan fácil. Mis amigos creen que usted tiene...

-Espere. Todavía no sé de qué estamos hablando.

-Antes de que se conocieran, la chica pasó una temporada con un traficante llamado Oswaldo Pérez, alias «Garrote». A «Garrote» no le sentó nada bien que usted se la beneficiara. Nada fuera de lo normal. Para entonces, ya no mantenían ningún tipo de relación. Sin embargo, las cosas se complicaron cuando Ava empezó a necesitar dinero. Yo le di bastante pasta, pero cuando ya no pudo exprimirme más, se vio empujada a hablar con el colombiano. Quiso chantajearlo. Le pidió dinero a cambio de silencio.

-¿A qué silencio se refiere?

-«Garrote» cree que la chica se hizo con un libro de cuentas donde aparecen registrados todos sus negocios. El dinero que circulaba, la cocaína que vendía y los clientes con los que trataba. Si apareciera ese libro y cayera en manos de la Policía, Garrote estaría acabado.

-¿Y qué pinto yo en toda esta historia?

-El colombiano cree que lo tiene usted ahora.

-Bueno, pues dígale a ese tipo que Ava y yo simplemente nos acostábamos, que me robó el corazón y que no lo devolvió cuando se la cepillaron.

-No será suficiente. Antes de que yo pueda decir algo, también seré otro cadáver en esta ciudad. Hágame caso, será mejor que se vaya.

-¿Y por qué tiene tanto interés en que siga vivo?

-Porque a mi sí me interesa ese libro.

-Quiere hacer un negocio con mi cabeza.

-Más o menos. A mi edad ya no hay tiempo para hacer buenos negocios y los pocos que se hacen difícilmente se recuerdan. Este es un buen negocio para irse feliz a la tumba.

Bebí de un sorbo mi whisky y lo miré con cierto desprecio.

-Viejo hijo de la gran puta. Ya le he dicho que yo no tengo ese condenado libro.

-Usted no lo tiene, pero lo tendrá. Lo tendrá para mí.

-Lo más probable es que Ava fuera de farol con ese tipo. No recuerdo que escribiera ningún diario. De hecho, no recuerdo que escribiera nada. Aparecía y desaparecía como un fantasma. Tal vez ese «Garrote» se lo tomara a mal. Es posible que un disparo en la cabeza reforzara sus argumentos, pero qué sentido tiene que busque a un periodista que ya no escribe.

-La gente se siente más atraída por los trenes que descarrilan que por aquellos que llegan a su hora. Garrote teme que usted o cualquier otro lo publique o se lo entregue a la Policía.

-Y para evitar que cante la gallina aparece usted y su amiguita.

-No tenemos mucho más de lo que hablar. Ya sabe todo lo que necesita y lo que le interesa. Encuentre ese libro, démelo y desaparezca.

La rubia pidió un taxi para mí. Al cabo de cinco minutos me fui de la casa sintiendo el aliento del verdugo en mi nuca. Al abrir la puerta de mi casa, observé que alguien ya había estado allí. Todo estaba desordenado. El nordeste golpeaba las ventanas abiertas. Ava había resultado ser más peligrosa muerta que viva. Mi vida corría peligro. Estaba claro que debía huir, antes de que llegara el fin del verano.

viernes, 15 de julio de 2011

Verano para matar

Primera entrega de un serial veraniego en tono de novela negra.

La muerte hace sus propias elecciones. Y la última noche que pasamos juntos, decidió que Ava debía morir una vez más. La Policía encontró su cuerpo desnudo y maniatado, tendido sobre la arena de la playa, con un disparo en la cabeza. El policía escribió en su informe que el viento silbaba por la herida y también dejó escrito que la bala no logró borrarle la sonrisa de la cara. Cuando leí la noticia, pensé que su muerte había sido tan confusa como el resto de su vida.

Ava llegó a Gijón con una preciosa cara de muñeca, un ángel tatuado en la espalda y cincuenta kilos de ambición. Entonces yo sólo quería saber el precio de sus carnes y si era capaz de superar todos mis fracasos. No tardó en convertirse en un mito de la noche encerrado en la mente de todos los hombres que se habían sentido eternamente abandonados por la suerte. Al principio se esforzó en enseñarme a bailar sin bailar, casi quietos los dos en un rincón del casino, mientras el vejamen se pisaba los pies a ritmo de chachachá. Ava tenía momentos de un misterio profundo y otros llenos de un profundo amor que se balanceaba como un péndulo entre el remordimiento y la resignación.

Se lo dije a Chandler. Ava llegó al club fumando hash envuelto en bolleré. Apareció cubierta de humo, llena de fulares de humo que espesaban la noche en la ciudad. Se acercó a la barra y después de echar un par de tragos a mi cerveza, me invitó a unas caladas. No tardamos mucho en ir a su casa, sin decirnos nada, como si lo que allí nos deparaba fuera la ejecución de un crimen.

El resol del mediodía se clavó en mi sien mientras una leve brisa agitaba la hierba. Entró despacio en su habitación, caminando de puntillas como una ladrona que no quiere despertar a los vecinos. Se quedó quieta a los pies de la cama, mostrándome el tatuaje de su espalda, esperando a que mis manos la desnudaran. Tuve la sensación de que aquel cuerpo se reinventaba en cada segundo, en cada hora, todos los días, como si sus hombros, sus brazos, sus espaldas estuvieran moldeados constantemente por la luz, las sombras y el azar.

-Siempre has sido un tipo serio.

-Ser feliz es una fatiga que sólo unos pocos se pueden permitir. Me faltan fuerzas para sostener todo el día la misma sonrisa.

-Es mejor que estés callado. Conmigo no hables como si fuera el tema de tu columna.

-Todo lo que vivo suena como algo desechado por un auténtico escritor.

-Lo que pasa es que nunca has estado enamorado.

-Tu tampoco y, sin embargo, aquí estamos, tratando de hacer algo que merezca la pena.

-Ni siquiera sabes adónde ir.

-¿Tú sí?

-Pues claro.

Aquellas palabras lograron que me sintiera como un cadáver despeñado desde un barranco.

A la mañana siguiente se lo estaba contando a Chandler, sentado en la mesa de su despacho: me gustaría ser como esa chica, tener por una vez algo claro en mi vida. Soy un periodista sin estilo, Chandler.

-Entonces es que estás muerto, muchacho.