Espejo de villanos: Verano para matar

"Hijos de puta, si os dejo con vida es por que habréis de amortajárme como a un ángel"

viernes, 15 de julio de 2011

Verano para matar

Primera entrega de un serial veraniego en tono de novela negra.

La muerte hace sus propias elecciones. Y la última noche que pasamos juntos, decidió que Ava debía morir una vez más. La Policía encontró su cuerpo desnudo y maniatado, tendido sobre la arena de la playa, con un disparo en la cabeza. El policía escribió en su informe que el viento silbaba por la herida y también dejó escrito que la bala no logró borrarle la sonrisa de la cara. Cuando leí la noticia, pensé que su muerte había sido tan confusa como el resto de su vida.

Ava llegó a Gijón con una preciosa cara de muñeca, un ángel tatuado en la espalda y cincuenta kilos de ambición. Entonces yo sólo quería saber el precio de sus carnes y si era capaz de superar todos mis fracasos. No tardó en convertirse en un mito de la noche encerrado en la mente de todos los hombres que se habían sentido eternamente abandonados por la suerte. Al principio se esforzó en enseñarme a bailar sin bailar, casi quietos los dos en un rincón del casino, mientras el vejamen se pisaba los pies a ritmo de chachachá. Ava tenía momentos de un misterio profundo y otros llenos de un profundo amor que se balanceaba como un péndulo entre el remordimiento y la resignación.

Se lo dije a Chandler. Ava llegó al club fumando hash envuelto en bolleré. Apareció cubierta de humo, llena de fulares de humo que espesaban la noche en la ciudad. Se acercó a la barra y después de echar un par de tragos a mi cerveza, me invitó a unas caladas. No tardamos mucho en ir a su casa, sin decirnos nada, como si lo que allí nos deparaba fuera la ejecución de un crimen.

El resol del mediodía se clavó en mi sien mientras una leve brisa agitaba la hierba. Entró despacio en su habitación, caminando de puntillas como una ladrona que no quiere despertar a los vecinos. Se quedó quieta a los pies de la cama, mostrándome el tatuaje de su espalda, esperando a que mis manos la desnudaran. Tuve la sensación de que aquel cuerpo se reinventaba en cada segundo, en cada hora, todos los días, como si sus hombros, sus brazos, sus espaldas estuvieran moldeados constantemente por la luz, las sombras y el azar.

-Siempre has sido un tipo serio.

-Ser feliz es una fatiga que sólo unos pocos se pueden permitir. Me faltan fuerzas para sostener todo el día la misma sonrisa.

-Es mejor que estés callado. Conmigo no hables como si fuera el tema de tu columna.

-Todo lo que vivo suena como algo desechado por un auténtico escritor.

-Lo que pasa es que nunca has estado enamorado.

-Tu tampoco y, sin embargo, aquí estamos, tratando de hacer algo que merezca la pena.

-Ni siquiera sabes adónde ir.

-¿Tú sí?

-Pues claro.

Aquellas palabras lograron que me sintiera como un cadáver despeñado desde un barranco.

A la mañana siguiente se lo estaba contando a Chandler, sentado en la mesa de su despacho: me gustaría ser como esa chica, tener por una vez algo claro en mi vida. Soy un periodista sin estilo, Chandler.

-Entonces es que estás muerto, muchacho.

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