Espejo de villanos: Sangre en el Desierto

"Hijos de puta, si os dejo con vida es por que habréis de amortajárme como a un ángel"

viernes, 12 de noviembre de 2010

Sangre en el Desierto

A los valientes les resulta más fácil quedar salvos que muertos, mientras que los cobardes ni se salvan ni alcanzan la gloria, le dice Ayax a Aquiles en la «Iliada». José Luis Rodríguez Zapatero no quiere entenderlo, a pesar de que el pueblo saharaui le está dando una lección de valentía al mundo, con más de 4.500 heridos, 2.000 detenidos, 163 desaparecidos y 60 muertos, en El Aaiún declarado, desde el lunes, estado de sitio. No sabemos si la cifra de muertos y desaparecidos aumentará mucho más en los próximos días, pero lo que sí sabemos es que son cifras suficientes para que el Gobierno español, y en especial, su ministra de Asuntos Exteriores, despierte de la desidia y condene lo que ya comienza a parecer un crimen de lesa Humanidad.

Hasta hace una semana, el Sahara era un problema diplomático enquistado en las relaciones de España y Marruecos, como lo es también la entrega recurrente de Ceuta y Melilla a la soberanía marroquí. Mohamed VI y Zapatero, no obstante, han jugado al gato y al ratón con estos asuntos de un modo cíclico, casi estacional, pero que no entorpecía, en el fondo, las relaciones económicas, intensas y prósperas, que ambos países mantienen desde hace unos años. A todo esto, se añade el hecho de que Mohamed VI, jefe de Estado y jefe religioso de todos los musulmanes marroquíes, ejerce desde los atentados de Atocha un control policial sobre las mezquitas que deja muy tranquilos a todos los países de Occidente. Hasta ahí, la historia va muy bien, quiero decir que es una historia que todos conocemos y, lamentablemente, pocas veces discutimos. Sin embargo, cada una de esas circunstancias no oculta la responsabilidad que España mantiene con el pueblo saharaui, abandonado a su suerte tras la retirada del último soldado español que dio la espalda a esas tierras y condenado a su muerte desde que la ONU destruyó el plan que reconocía el derecho de los saharauis a la celebración de un referéndum de autodeterminación.

Consuela saber que muchos de los saharauis que aún sobreviven en los campamentos no nos guardan rencor y aún conservan su nacionalidad española. A la responsabilidad moral y legal de España de actuar y condenar a Marruecos se añade ahora un nuevo dato, con toda razón legalista, pero suficiente en estos tiempos que corren, para obligar a Zapatero a adoptar una postura valiente e histórica, después de conocerse que algunos de los desaparecidos son también españoles, lo que pone entre las cuerdas a nuestra diplomacia.

La realidad política demuestra que es moralmente más perversa de lo que uno se puede llegar a imaginar. Hasta el lunes, Zapatero volvía a ser una esperanza verosímil, pero el Sahara Occidental puede terminar convirtiéndose en el monstruo que lo devore, del mismo modo que la guerra de Irak destruyó moralmente a José María Aznar. La balanza de las exportaciones no justifica la sangre en el desierto y el viento del Sur no tardará mucho en desenterrar a los muertos. Incluso, por omisión, uno siempre es responsable cuando ostenta el poder, y el Gobierno español debería saber que lo que la justicia no ha podido sobre su cabeza, es razonable que lo pueda sobre su reputación.

No hay comentarios:

Publicar un comentario