Espejo de villanos: Escocia

"Hijos de puta, si os dejo con vida es por que habréis de amortajárme como a un ángel"

viernes, 14 de enero de 2011

Escocia

En tiempos de crisis, el personal se echa a los bares, aunque sólo sea para fumarse un cigarrillo a la puerta y comenzar una nueva historia de encuentros y desencuentros encadenados por el humo de un par de cigarrillos, que como el gran libro de Richard Klein, son sublimes. Venimos echando en falta el Escocia, el tono marítimo que tenían ciertas coctelerías de Gijón que han sido, como en Madrid, nuestro Chicote. Me cuenta Alfredo González hijo que, después de cerrar por obra el viejo Escocia, abrirá próximamente en abril, probablemente en otra calle y otro barrio, pero con el mismo ambiente mondaine y la misma encantadora canalla que ha venido parando desde hace cincuenta años.

El Escocia se ha convertido en un gran pedazo de la historia de Gijón. Alfredo no es sólo un gran tipo, es un buen cronista de la vida lánguida, noctámbula y palpitante de la ciudad, relatada a través de los cócteles que preparaba su padre, don Alfredo.

Hablar con don Alfredo es tratar con uno de los hosteleros más inteligentes, cultos y perrerus de Gijón. Cuenta, como Heródoto, la historia íntima de la ciudad, que son sus bares, sus clientes, en definitiva, la sabia oscura que nos da la vida. Como me cuenta su hijo, en aquella época no era el tiempo lo que más interesaba a los lectores de la prensa, sino el «Cóctel del día» que su padre publicaba en «Voluntad», junto a la previsión del tiempo y la hora de las mareas.

Uno puede pasar a la historia por haber escrito un gran libro o por haber inventado un gran cóctel. Don Alfredo nos recompensa con la leche pantera y su proverbial erudición, siempre campechana y playa, en materia de alcohol. Me gusta pensar que padre e hijo descubrieron en algún momento de su vida que se puede vivir, comer y beber, mantenerse a flote en el mundo indefinidamente sin más esfuerzo que sosteniendo una copa en la mano. Si hay una teoría de la fiesta y lo mondaine, sin lugar a dudas debe ser ésta.

Cuando la burguesía finolis concluía la farra en el Club de Regatas, el personal continuaba en El Mesón del Gallo, Montmart o Escocia. Entonces, como ahora, se practicaba una vida sentimental regida por la improvisación, el flechazo, la circunstancia, la conveniencia, el flirt, el tonteo, el ligue, el lío y el desmadre. Agatha Liz bailaba en el «Playboy» al son de las maracas de Machín y las flappers retrasadas del franquismo se dejaban llevar por el ruido americano del «Dúo Dinámico».

Hoy, Alfredo, a su modo y manera, continúa la historia que inició su padre, celebrando aniversarios, sirviendo copas, bebiéndoselas, desvelando el misterio de la noche en el sonido del whisky derramado en la copa, en los vicios de cada esquina, en la alevosía criminal de cada sombra, y nos devuelve la fiesta, esa atmósfera que nos sitúa en la superficie de las cosas, la vida mondaine, que como toda vida es necesario aprenderla para poder sobrevivirla.

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