Espejo de villanos: Teoría de la corrupción

"Hijos de puta, si os dejo con vida es por que habréis de amortajárme como a un ángel"

jueves, 3 de febrero de 2011

Teoría de la corrupción

Algo tan lamentable como escalofriante de la corrupción es su naturaleza incalculable. La corrupción parece gigantesca, pero, a tenor de las sucesivas informaciones publicadas desde hace un par de semanas, parece no tener medida. Sin embargo, uno cree que, precisamente, su desmesura forma parte de su identidad. El escaso control que los sistemas jurídicos ejercen sobre los corruptos hasta que estos acaban en manos de la justicia nos indica que la corrupción no posee medida, resulta prácticamente imposible de calibrar y se acerca tanto a la esencia de las emociones que es inútil advertir el punto exacto del que procede y, lo que es peor aún, cuál será su devenir.

A estas alturas, el «caso Marea» es un cúmulo de cifras que nos hablan de malversación, cohecho y otros tantos delitos. En dos semanas, ya no alcanzamos a estimar su profundidad y extensión. Los lectores tienen la sensación de que la magnitud de esta formidable monstruosidad alcanza un grado que desdice su graduación y, en consecuencia, su calificación aproximada. Se trata, por tanto, de una corrupción tan difícil de calificar que la socorrida nominación de «trama política» o «trama administrativa» apenas sirve para percibir las dimensiones de un acontecimiento cuya complejidad ha estallado precisamente por su naturaleza perversa.

La izquierda y la derecha suelen fantasear constantemente con su honestidad, su voluntad y capacidad para controlar y, en su caso, castigar a aquellos que asumen el soborno como un estilo de vida. ¿Pero cuál ha sido hasta ahora ese control? El interés de las autoridades ha sido comprobar, a posteriori, que sus muchas medidas de control no producían efecto alguno. Ninguno de los organismos fiscalizadores de la Administración asturiana ha servido para detectar el mal o, al menos, parte de ese mal; ni siquiera cuando Marta Renedo fue destituida tras detectarse alguno de sus desafueros.

El «caso Marea» incluye en su relato el juego de las apariencias. Hombres y mujeres de aparente austeridad pasan sus días en la cárcel, mientras sus amigos se lamentan públicamente de su desgracia y hacen gala de su amistad. Resulta curioso que sea la apariencia de esa austeridad la que justifique su inocencia y valía, argumento que, realmente, va en contra de los imputados, pues lo único que consigue es que se incremente el grado de perversión. Me gusta pensar que la corrupción no tiene forma y, por lo tanto, su apariencia puede ser la de un hombre vestido de cualquiera.

La corrupción es la expresión moral y económica de El Mal: crea pánico, vergüenza y resignación entre quienes gobiernan y son gobernados, en coherencia con su alma desmedida o acaso infinita. Observamos por la naturaleza del «caso Marea» que la corrupción no se sacia, engulle millones de euros y deja en la cuneta infinidad de víctimas políticas: sistemas políticos, partidos y ciudadanos, que mueren ahogados en el océano de la desilusión.

La corrupción se extiende sin coto, como un virus contagioso o una célula cancerosa que conduce al organismo a la metástasis de la desafección. La corrupción logra que toda la realidad sea sospechosa de ser corrupta y destruye la confianza, la seguridad, la esperanza, abriendo la puerta a otros monstruos que, en último término, la consagran, invocando su pureza. La corrupción, querido y desocupado lector, es el heraldo negro del terror que llamará próximamente a su puerta.

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