Espejo de villanos: «La radio es mi ropa gastada, con la que me siento más cómodo y confortable»

"Hijos de puta, si os dejo con vida es por que habréis de amortajárme como a un ángel"

lunes, 28 de febrero de 2011

«La radio es mi ropa gastada, con la que me siento más cómodo y confortable»

Lleva dos meses en la radio. Dirige un magacín de cuatro horas y media de lunes a viernes en la RPA. Pachi Poncela es el maestro de ceremonias de «La radio es mía» y, en muy poco tiempo, ha recuperado a sus fieles con un programa ameno y divulgativo que devuelve el protagonismo a todos los asturianos ofreciéndoles su micrófono desde las diez de la mañana hasta las dos y media de la tarde.

-¿Cómo fue su primera entrevista?

-Fue a un paisano que llegó a Moscú en bicicleta. Mi jefe me metió en un estudio, me indicó cuáles eran los aparatos y me dijo: esto es para hablar tú, esto es para que hable el otro y después me dejó solo. De manera que yo no tenía mucha idea, pero entonces, como ahora, había una voz que me decía «O lo haces o lo haces». Bueno, pues lo hice.

-¿Los buenos periodistas aprendieron en situaciones desesperadas?

-Puede ser. Me acuerdo de una entrevista a Francisco Álvarez-Cascos en el año 91. Entonces debía ser diputado y secretario del Partido Popular. Yo estaba solo. Trabajaba en Radio Minuto. Era Navidad y por esas fechas Álvarez-Cascos solía acercarse a los estudios para felicitar las Fiestas. Ese día estaba solo y me dije: «Coño, Álvarez-Cascos. Tiene una entrevista». Con la mala suerte de que yo todavía no sabía manejar los mandos del estudio. Así que en lugar de dar a la palanca que debía le di a otra, de manera que tanto Cascos como yo nos escuchábamos con retardo. Eso hacía que los dos balbuceáramos al hablar y así se nos debió de escuchar. Fue un desastre. Lo pasé tan mal que no recuerdo qué diablos le pregunté.

-¿Qué le pasa a uno por la cabeza cuando abandona la publicidad y decide regresar a la radio?

-Piensas que vistes una ropa prestada, que no es la tuya, y cuando ya comienzas a acostumbrarte a esa ropa, de pronto se presenta la oportunidad de volver a vestir tu propia indumentaria, la de la radio, que ya es una ropa gastada, incluso con algún furaco, pero, a fin de cuentas, es tu ropa, con la que te sientes más caliente y confortable.

-¿En estos dos meses de programa ha visto algo en la profesión que antes no habías percibido?

-Que todos son mejores que yo. Cuando yo comencé, había gente que salía de la Facultad y muchos que surgían de modo espontáneo y, sin embargo, encajaban muy bien en la profesión. En cambio, por lo que respecta a los nuevos periodistas, creo que saben menos trucos de cocinero que antes. Dicho de otra manera, conocen la alta cocina, pero les falta todavía acertar con el punto de cocción. Son muy buenos profesionales pero, en ocasiones, no encuentro que tengan ganas de contar, de comunicar. A lo mejor, la espontaneidad de la comunicación se ha desvanecido. Por otra parte, en la radio y la tele siguen saliendo los mismos políticos, los mismos nombres, las mismas caras de siempre. Los mismos de hace veinte años. Y si no son los mismos nombres, son sus herederos.

-¿Se entrevista mirando a la pantalla del ordenador antes que a los ojos de los entrevistados?

-Creo que sí. Eso es algo que me llama mucho la atención. Trabajamos asistidos por monitores de ordenador. Antes mirabas a los ojos de las personas que entrevistabas, sus gestos, su postura. Todo eso decía mucho del personaje al que preguntabas. Ahora, por desgracia, es todo más frío.

-Imagínese que su vida es un western y que la radio supone su regreso al poblado después de unos años. De pronto, observa la ausencia de alguien.

-Yo creo que no falta nadie. Es probable que quien sobre sea yo.

-Eso es un exceso de modestia.

-No, no es cuestión de modestia. El pueblo sigue siendo el mismo, aunque las reglas, el marco o el ambiente, efectivamente, han cambiado. A lo mejor, han redecorado el «saloon», que ha perdido su mal olor y sus vomitonas y tampoco se puede beber ni fumar. Aun así, creo que la gente sigue siendo la misma.

-¿Siente nostalgia del pasado?

-No, porque no ha pasado tanto tiempo y hago lo mismo que hacía en el pasado. Siento otras cosas: comunicar es contar las cosas y cada uno tiene una forma, unos mejor y otros peor. Yo tengo la mía propia. No cambió tanto el lugar ni yo tampoco he cambiado tanto como para que haya una sorpresa o una nostalgia. Personalmente, me encuentro bastante intacto.

-¿Se cumplen las expectativas del programa?

-Alguien me dijo: «Cuatro horas y media de programa, vas a chiflar». De momento no ha sido así. Me siento como ese guaje que juega por vez primera en un campo nuevo. Al principio me asusté un poco. Ahora estoy tomando las medidas del campo. Desde dentro y desde fuera. Estamos indagando dónde hay que trabajar más y dónde no tanto, qué temas hay que tratar con más calma y qué otras con más celeridad. No obstante, también estamos empezando a disfrutar, pero seguimos rodando.

-Cuando analizaba la actualidad, decía que la veía exactamente igual a su época anterior. Desde un punto político, ¿el país necesita una regeneración política?

-No me gusta como suena. Lamento decir que cuando alguien me habla de regeneración me sale un sarpullido. De pronto tengo la impresión de que todo se hizo hasta ahora mal. Y es que regenerar suena a sajar, cortar, limpiar y operar. Seguro que habrá muchos que levanten la mano para regenerar y realmente no tengan la cura. Lo que encuentro realmente es una gran desilusión en la sociedad. Por otra parte es lógico con una crisis como ésta y casi cinco millones de parados. Creo que necesitamos un poco más de aire, que llegue savia nueva con un mensaje distinto, aunque suene muy utópico. Y no me refiero sólo a los políticos. Yo también me siento muy desilusionado.

-¿Con qué se siente desilusionado?

-Quizá con el sistema en general, que es un sistema acomodaticio. A lo mejor es que ya no tengo esperanzas en el género humano y vivo en el desencanto.

-¿Cree que la profesión se ha banalizado?

-Creo que sí. Vivimos sometidos a las audiencias y la publicidad. Vivimos la mercantilización de la profesión, tanto en prensa, televisión como en radio. Creo que todo se canaliza, se dirige desde arriba, a la vez que se trata de dar una respetabilidad a una profesión que nunca fue respetablemente seria, en el sentido de que siempre cobró mal. La respetabilidad de un periodista, actualmente, procede de la obligación de tener un título. Sin embargo, siempre hay alguien que se lucra a costa de una supuesta profesionalidad y de una vocación o ilusión que nunca menguó, a pesar del escaso salario que se gana. Incluso sentimos apuro por ganar perres en lo que nos gusta. Pero hay que reconocer que en el sector hay mucha gente que se dedicó al periodismo y otra mucha gente que nunca peleó por una noticia o estuvo en una redacción. Quizá todo mejorase si trabajáramos en buenas condiciones. Al final, todo eso repercute después en la cantidad de gente que trabaja en medios y no tiene una buena agenda ni referencias de nombres del pasado, que saben lo que ocurre pero no saben por qué. Descubro la falta de inquietud por saber lo que había antes. Y, además, asumo el error de generalizar.

-Pero eso no deja de sonar extraño, cuando quien lo dice se arriesga con un programa de cuatro horas y media.

-Vuelvo a la radio por necesidad personal de contar historias y lo hago también por mi hijo. Mi hijo, siempre que le preguntan en el colegio por el trabajo de su padre, dice que trabaja en la radio. Sin embargo, hasta no hace mucho tiempo me dedicaba a la publicidad y tenía la sensación de que lo que contaba era cierto y no lo era. Ahora puede decir con absoluta propiedad que su padre trabaja en al radio.

-¿Y cuando su chiquillo le pregunta qué es ser periodista?

-Mi hijo no pregunta lo obvio, porque en casa tiene a su padre, a su madre y a su tío. Prácticamente vive en una redacción. Para él, ver a su madre o a su padre en la televisión o escucharme en la radio es rutina.

-¿Tiene madera de periodista?

-No me gustaría que se dedicara a esto, pero reconozco que, incluso, cuando cuenta las cosas lo hace impostando la voz y describiéndolas con pelos y señales.

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