Espejo de villanos: Dulce derrota

"Hijos de puta, si os dejo con vida es por que habréis de amortajárme como a un ángel"

martes, 10 de mayo de 2011

Dulce derrota

En algún momento, José Luis Rodríguez Zapatero y Alfredo Pérez Rubalcaba cruzarán una seria mirada, tan silenciosa como expresiva, que determinará el futuro de los dos. En ese instante perfectamente épico y con grandes dosis de dramatismo es probable que el primero comunique su renuncia a continuar ocupando el despacho presidencial en el palacio de la Moncloa y el segundo proclame su voluntad de salvar los muebles del partido en las próximas elecciones generales. En ese espacio de tiempo, dos formas de entender la política y el mundo se darán por fin la espalda y dará comienzo una nueva aventura sobre la que se verterán ríos de tinta. Pero hasta ese instante, habremos visto dos actitudes políticas antes que dos filosofías enfrentadas que, por momentos, desconfiaban la una de la otra, cuando no se admiraban. El joven Zapatero que llegó a secretario general actuaba impulsado por los sueños y contagiaba grandes dosis de ilusión entre sus votantes. En cambio, su ingenuidad e impericia solían derivar con frecuencia en un optimismo antropológico que le alejaba del sentido real de la política y de su electorado. No tenía en cuenta el valor de los hechos. Decía Winston Churchill que los hechos valen más que los sueños. Con la contundencia de los hechos actuaba Rubalcaba, por naturaleza sofista e infinitamente mucho más pragmático. Su acción política se desliza como una serpiente a ras de suelo (Alfonso Guerra lo sabe muy bien). Sus actos se dejan guiar por el rastro que dejan la ambición y otras miserias del ser humano, antes que por la buena voluntad y las promesas.

Pensamos en todo el tiempo que ha transcurrido desde que Rubalcaba asumió el cargo de vicepresidente, apenas unos meses, y observamos que se confía a Rodríguez Zapatero con extraordinaria solicitud desde el primer momento, pero no se entrega en sus manos. Actualmente, no toma parte en las opiniones del resto de sus correligionarios en la carrera sucesoria, impacientes por el comienzo de la campaña con la proclamación de otro candidato, pero cada gesto que realiza se convierte en la mejor ocasión para eclipsar a su jefe.

Tras abandonar el despacho, el Vicepresidente reconocerá el horizonte de la derrota. Algunos recordamos la «dulce derrota» del 96 que abrió las puertas del poder al Partido Popular y convirtió a Alfredo Pérez Rubalcaba en el portavoz parlamentario del Grupo Socialista en el Congreso de los Diputados durante mucho tiempo. A lo largo de ocho años en la oposición, unas primarias frustradas y dos secretarios generales, Rubalcaba fue el hombre que garantizaba la continuidad del felipismo en el Partido Socialista. Dos victorias consecutivas y siete años en el poder auparon a Rubalcaba hasta el Ministerio del Interior y ahora a la Vicepresidencia del Gobierno. Pues bien, la pregunta que debemos hacernos en estos momentos es la siguiente: ¿Es justo señalar que la continuidad del felipismo supuso la continuidad del Partido Socialista en todo este tiempo? Las próximas conspiraciones nos darán una respuesta si Alfredo Pérez Rubalcaba decide ser el candidato.

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