Espejo de villanos: Cioran, Gadafi y Zapatero

"Hijos de puta, si os dejo con vida es por que habréis de amortajárme como a un ángel"

martes, 10 de mayo de 2011

Cioran, Gadafi y Zapatero

Se cumplen cien años del nacimiento de Cioran, nuestro Nietzsche del pasado siglo XX, un rumano lúcido y desesperado, que logró convertir la nada en el paraíso de los suicidas. Escribía un francés absurdo y brillante, preñado de sentencias e ironías clavadas en la tierra, como señales que nos indicaban el mejor camino hacia el abismo.

Estos días pienso qué habría dicho Cioran de Gadafi, de Libia y de la guerra santa. A fin de cuentas, la guerra es la explosión militar de una ideología. «Es estúpido imaginar que la verdad dependa de una elección, cuando, en realidad, toda toma de posición equivale a un desprecio a la verdad. Por desgracia, elegir, tomar una posición es una fatalidad a la que nadie escapa; todos debemos optar por un error, como convencidos a la fuerza, enfermos, agitados que somos».

Con un lenguaje más ratonero, los grandes líderes mundiales y otra recua de escritores que no son Cioran nos enfrentan al abismo de una guerra que no compartimos. El que anuncia catástrofes o genocidios, como ahora hace Zapatero, lo hace con tantas ganas de continuar en la política que no lo vemos nada asustado por las conspiraciones de sombra que rondan en el mausoleo monclovita. El periodista, el diputado y el intelectual de este siglo posmoderno y desestructurado viven de anunciarnos el fin del mundo, la catástrofe mundial, el fundamentalismo medieval, lo que vuelve, el viejo fascismo español cuyas banderas ondean los genoveses del Partido Popular.

El siglo XXI sufre una inflación de catástrofes. La catástrofe se escribe en un café de París, como Cioran, o en un puticlub de carretera, como el 11-M. Cioran se convirtió en el heraldo rumano de la muerte. Quería liberar al hombre de su destino y comprendió que la mejor forma de hacerlo era matándolo. Curiosamente, sólo veía la salvación en la muerte de los otros.

La intervención militar de España en Libia no tiene mayor credibilidad que el pesimismo lírico de Cioran. Resulta curioso que nos hablen de Gadafi como un monstruo que devora cruelmente a sus hijos. Hasta ayer, el viejo dictador libio era un hijo de puta, pero era nuestro hijo de puta, y todos lo invitaban a pasease con sus vírgenes suicidas por las capitales de medio mundo. La prensa de hoy nos habla de masacres en Bengasi, de genocidios, pero nadie ha visto correr una sola gota de sangre inocente en un fusilamiento pintado por Goya. De los rebeldes no sabemos quiénes son ni qué representan. Confunden revoluciones con revueltas, intervenciones militares con guerras preventivas. Como Cioran, todo termina siendo una confusión, asimilada al aire extraño que se respira.

Que vienen los libios, que viene Gadafi. Todo loco ve fantasmas en el corredor de su propia muerte. Cioran veía fantasmas en las calles perfumadas de París. Zapatero, ajeno a la muerte política que se le avecina en Madrid, extiende su mirada hacia Trípoli. Pero en todo este merecumbé, algo me hace pensar que quienes apoyan esta «revolución» no son más que instrumentos criminales que, lejos de cambiar los acontecimientos, sufren, por el contrario, su curso.

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