Espejo de villanos: Romántico que desacredita la realidad

"Hijos de puta, si os dejo con vida es por que habréis de amortajárme como a un ángel"

martes, 10 de mayo de 2011

Romántico que desacredita la realidad

El cielo colgado del tendal, la pajarita de papel que sueña con ser una oca, la luna en el desván y el caballero que pisa la sombra del absurdo mientras se fuma una pipa. La pipa es el arma con la que el intelectual dispara ráfagas de vida. La pipa de Hulot/Tati es la impersonalidad del hombre feliz que vuelve del revés la vida como un calcetín. Me gusta pensar que Rodolfo Pico es un pensamiento en imágenes, un flanneur que captura colores y geometrías como quien sale a buscar mariposas. Practica un pop lírico ordenado y sereno, alegre y divertido, un tanto surrealista y capaz de subvertir el mundo con la misma eficacia que un Magritte.

Hablamos de Rodolfo Pico, porque desde hace tres semanas expone nuevos cuadros junto a las fotografías de Carlos Casariego en la galería de Gema Llamazares. «Gijón-La Habana» es un diálogo entre Casariego, que se ocupa de descubrir la luz que ilumina las esquinas de Gijón, y Pico, que ocupa sus pinceles desvelando el chamanismo que ensombrece la capital de Cuba.

Lo que más me interesa de Rodolfo en esta ocasión es su capacidad para inventarse o crear una Habana en la que se reconoce sin haber estado en ella. Como en otros trabajos, vuelve a desacreditar la realidad, acertando con una ciudad que nunca pisó. En cualquier caso, el lirismo de La Habana le llega Pico por transmisión oral y familiar, y el suyo no deja de ser un relato tan válido y eficaz como el de cualquier otro viajero que selló su pasaporte.

Los maestros del diseño, el cartelismo, el pop, la poesía virtual y el arte objetual le deben mucho a Magritte. En España hay tres pintores que siguen su senda: Úrculo, Arrollo y, sobre todo, Pico. Úrculo explota la épica negra del cine, abusando del sombrero y la gabardina en todos sus cuadros. Eduardo Arroyo tiene ademanes de Goya y es el más expresionista. Quizá porque procede del periodismo, se le adivina hasta la hora en que pintó un cuadro, cuya historia el espectador debe escribir. En cambio, el más lírico, el más poeta de todos ellos es, sin duda alguna, Rodolfo. Su pintura es cerebral y reflexiva y, al igual que el pintor belga, juega a introducir lentamente el terror o la alegría en las habitaciones tranquilas o en los domingos vespertinos del bosque, de modo que nunca sabemos si el tema del cuadro está dentro o fuera.

Rodolfo se sabe un romántico, capaz de llevar su pintura hasta las últimas consecuencias. Decíamos antes que le gusta desacreditar la realidad. Habría que añadir que con su pintura trae consigo una realidad de gato bardo, a través de cuyos ojos se refleja la vida de otra forma. Pico sabe alterar un factor mínimo de nuestra rutina, con lo que todo el conjunto simétrico, toda esa geometría se desnivela y nos da otra cosa. De esta manera, adquirimos un nuevo significado capaz de estremecer nuestra conciencia de clase media, la que anhela un equilibro acechado siempre por los peligros del sinsentido, la bartorela o el suicidio de los ángeles.

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