Espejo de villanos: Otra vez la soledad

"Hijos de puta, si os dejo con vida es por que habréis de amortajárme como a un ángel"

domingo, 28 de noviembre de 2010

Otra vez la soledad

La soledad suele ser un tema recurrente en las películas que compiten en la sección oficial del Festival Internacional de Gijón. Ya lo vimos en la rusa «How I ended this summer», también en la mexicana «Año bisiesto», y podría seguir mencionando películas hasta quedarme completamente solo. En esta ocasión, Manuel Martín Cuenca, quien nos sorprendió con «La flaqueza del bolchevique», presenta su último largometraje, «La mitad de Óscar», protagonizada por Rodrigo Sáenz de Heredia y Verónica Echegui. La cinta relata un incesto que es, sobre todo, la crónica de un amor imposible; sin embargo, sobre una trama perfecta y sencilla subyace la enésima reflexión sobre el hombre solitario que ve incumplidos sus deseos, remarcada intencionadamente por un paisaje almeriense que evoca, en algunos momentos, la atmósfera del western fordiano.

Me gustaría advertir a los lectores de que esta película comienza a percutir en la conciencia del espectador cuando han pasado ya unas cuantas horas y que antes deja un regusto amargo y una sensación extraña de vacío. Es entonces cuando uno toma conciencia de otros temas que permanecen latentes en el subsuelo de la película: la incomunicación, la enfermedad y la muerte, raíces presentes en este trabajo expresado con un lenguaje mínimo y suficiente para contar una historia, a priori, poco trascendente.

Martín Cuenca confía excesivamente en el silencio para poder contar a través de imágenes el desierto de una vida, aunque es capaz de permitirse digresiones que no rompen la unidad de la cinta e, incluso, logran que la película, un auténtico drama, acaricie por unos minutos la comedia. En cualquier caso, el experimento de no contar las cosas desde el principio provoca una sensación de amargura intensa, quizá porque las salinas de Almería y los acantilados de su costa constituyen un territorio sentimental donde emergen con facilidad la compulsión, el fatalismo y la desolación

Finalmente, la tarde concluyó con «Aurora», del rumano Cristi Puiu, otra reflexión sobre la soledad narrada a través de un hombre divorciado que vive en los suburbios de Bucarest. La película, de tres horas, me deja frío, quizá porque en ella no sucede nada que tenga verdadero interés, de manera que el que escribe, después de tres cuartos de hora siguiendo a un hombre de la calle anodino y plano, prefirió salir a la calle a ver otros hombres que contaban mucho más. Debería estar prohibida esta tortura, pero qué le vamos a hacer, esto es un festival.

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