Espejo de villanos: Un premio previsible y decepcionante

"Hijos de puta, si os dejo con vida es por que habréis de amortajárme como a un ángel"

domingo, 28 de noviembre de 2010

Un premio previsible y decepcionante

El Festival de cine de Gijón clausura esta edición con la refrescante y divertida «No controles» del realizador vasco Borja Cobeaga, que ya nos tenía acostumbrados a su estilo y humor con películas anteriores como la innombrable «Pagafantas» y el programa de la televisión vasca «Vaya semanita». Debo confesar que esta comedia romántica donde chico trata de reconquistar a chica me ha producido el mismo efecto que produce la botella de champán al ser descorchada: una sensación de alivio después de intentar digerir todos los traumas contenidos en mi retina a lo largo de esta semana. El silencio, la soledad, el miedo y otras miserias se han diluido como la espuma gracias al efecto balsámico de la risa. «No controles» no tiene mayor pretensión que la de hacer pasar al espectador un buen rato. La acción y los gags se suceden constantemente, en un guión y una dirección perfectamente medida y planificada. La película cuenta con un buen reparto de secundarios que acompañan a sus protagonistas, Unax Ugalde y Alexandra Jiménez. Julián López y Secun de la Rosa levantan esta película que consigue que a uno se le olviden las depresiones.

Inmediatamente después de disfrutar «No controles» se conocía el palmarés de esta edición, en la que el jurado ha premiado a la rumana «Marti, dupa Craciun (Tuesday, alter Chsristmas)», de Radu Muntean, como el mejor largometraje. La cinta se ha llevado, además, el premio al mejor actor y a la mejor actriz y «Aurora», el plúmbeo relato de tres horas dirigido por el rumano Cristi Puiu, el premio «Gil Parrondo» a la mejor dirección artística. Confieso que era un título que se repetía constantemente en la boca de la prensa desde su proyección ya que era considerada como la película que más se acercaba al perfil de este festival, de modo que el jurado no se arriesgaría a premiar otras producciones. Los periodistas acertaron de pleno y el jurado ha apostado por el cine rumano, lo que me hace pensar que se ha tirado el rollo de premiar lo extravagante, lo aburrido, lo previsible que es en este caso lo inestrenable.

El que escribe no comprende cómo «Animal Kingdom» se ha quedado simplemente con una palmadita en la espalda y se va del festival sin un solo premio, después de merecerlos todos. Me parece una injusticia y un disparate que haya pasado completamente desapercibida. De todos modos, en este venturoso caso, ustedes no tardarán mucho tiempo en disfrutarla en las salas comerciales y dejará su huella en la retina de los espectadores que llenaron las salas de Gijón estos días, para vivir en el seno de una familia de gansgters que sabe pisar por los callejones del odio, el terror y la traición. Lástima que no se llevara el premio a la mejor película, al mejor guión o a la mejor dirección.

La misma expectación tuve con el western de Kelly Reichartd, «Meek's Cutoff», galardonada con el premio al mejor director, aunque resultara una absoluta decepción, por su carencia de ritmo, el buenismo antropológico que desprendía y la anodina dirección, apoyada constantemente en el paisaje desértico de las llanuras de Oregón para poder hacerla un poco más digerible.

El cine mexicano pasó sin pena ni gloria. Afortunadamente, «Alamar» no será recordada, después de este festival que tuvo un ramalazo new age que daba pavor. Sin embargo, no se preocupen, «Año Bisiesto», del australiano Michael Rowe, no tardará en ser reconocida por alguna luminaria, después del escalofriante trabajo interpretativo de la mexicana Mónica del Carmen, muy superior al de las galardonadas por este jurado, gran conocedor de las vanguardias del Este, pero absolutamente ciego.

Lo mismo sucede con las dos películas españolas que llegaron a concurso. Ni el joven Jonás Trueba con su Madrid literario, ni Martín Cuenca, con su Almería fordiana han logrado llevarse ni un premio. Supongo que ahora mismo pensarán que han sido timados.
Finalmente, me sorprende que el jurado haya concedido el premio especial a la serbia Tilva Rosh, una película previsible, inútil y carente de valor cinematográfico, cuando largometrajes como la rusa «How I ended this summer» se arriesgaban con una película que exponía, con crudeza y belleza torturante, la condición humana a través de la caza de dos hombres en el círculo polar ártico.

A pesar de esas horrorosas circunstancias han existido algunas películas que me han servido para ser feliz unas horas, películas fuera de la sección oficial que justifican el festival, aunque la mayoría de las que iban a concurso me provocaran una angustia motivada, mayormente, por el aburrimiento. A estas alturas, lo más beneficioso para el festival es que los jurados no sean estratégicos, miopes o perversos, y que por un momento sean honestos consigo mismos y se dejen llevar por las emociones. A fin de cuentas, el cine, antes que una subvención, es una emoción.

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