Espejo de villanos: Cuento de Navidad

"Hijos de puta, si os dejo con vida es por que habréis de amortajárme como a un ángel"

viernes, 24 de diciembre de 2010

Cuento de Navidad

La verdad os hará libres. Repitió la frase un par de veces, mientras se hacía una composición del lugar que habitaría los próximos días, hasta que el juez dictara un auto sobre su extradición. La verdad os hará libres, volvió a repetir mientras el funcionario le indicaba de forma aséptica y burocrática dónde podía hacer sus necesidades.

«Tranquilo, aquí se sentirá cómodo, nadie le molestará», le indicó el sargento Perkins antes de despedirse con una amable sonrisa y cerrar la puerta de acero. Assange no pudo evitar una irónica sonrisa, después de comprobar que su celda no tenía ventanas y que el espacio que ocupaba apenas permitía otra cosa que dar cuatro pasos desde la puerta hasta la pared, la misma distancia que recorría la cama, sin tropezarse con el lavabo y un sucio retrete.

Sus manos palparon los muros de cemento blanco y ladrillo. Se miró al espejo mientras desanudaba la corbata, el primer acto racional que su cuerpo ejecutaba después de haber declarado en la comisaría. Lo que había sucedido con antelación se representaba en su cabeza como un relámpago de hechos que lo habían conducido hasta allí: una confesión de inocencia, una detención, un relato sumario de sus derechos y la oscuridad de un furgón que lo trasladaría hasta Wandsworth.

Le habían denegado un ordenador, pero gozaba del extraño privilegio de poder vestir como un hombre cualquiera, en un lugar exótico, de manera que no tendría que abotonarse el incómodo uniforme de presidiario que vestían los demás reclusos del ala destinada a delincuentes sexuales pendientes de extradición. Curiosamente, aquello le hizo sentirse por un momento un extraño, un intruso. Las cosas no habían cambiado.

En Wandsworth, las paredes transmiten mensajes de otros presos. Sintió curiosidad por saber en qué celda se había hospedado Oscar Wilde, antes de ser trasladado al penal de Reading, pero evitó pensar que él fuera otro mártir. Quiso hablar con su madre, pero estaba incomunicado; esperó a tener contacto con su abogada, pero cualquier llamada se dilataba entre permisos burocráticos. Después, sobre la cama, dibujó en su mente un organigrama del Proyecto. Lo llamaba así. El Proyecto. Todo estaba controlado. Le había ganado la partida al sistema. Se durmió fundiéndose en un sueño, creyendo que Wikileaks era un susurro que almacenaba millones de cables, pequeños susurros escondidos en la memoria ram de un ordenador que desnudarían la diplomacia del mundo en cuestión de segundos. Antes de que despertara, su figura ya se había fundido con el millón de cables que había destapado. Si un hombre encarna la verdad y sólo la verdad, entonces es Dios, se dijo a sí mismo, un dios que desvelaba al mundo millones de palabras, frames, pixels, átomos y explosiones cuánticas que contenían la naturaleza del poder, de la guerra, de la muerte, de la mentira, de la locura, del odio. Cuando se despertó, se imaginó Wandsworth como el corazón de todos los secretos y que allí mismo se abriría el abismo que él había creado para que los hombres pudieran conocer, en algún momento de su vida, la verdad que escondían los demonios.

La verdad os hará libres, ronronea mientras devora el arroz que le han servido de cena. Al otro lado del muro, Matheus cumple condena por abusos sexuales y también tiene secretos como Julian. «Yo soy inocente», le dice, antes de apagar la luz de su celda. «Y como la mía, tu verdad tampoco es inocente».

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